La habitación estaba envuelta en una calma casi mágica, iluminada por la suave luz del amanecer que se filtraba a través de las cortinas. Elena había caído en un sueño profundo al lado de Anzhel, un sueño que le brindaba una paz inesperada, un alivio que contrastaba con el miedo y la ansiedad que había sentido horas antes. La calidez de su jefe, tan cerca de ella, la envolvía en una sensación de seguridad que nunca había imaginado experimentar.
De repente, el sonido del celular de Elena rompió el silencio como un rayo en medio de la tormenta. La alarma sonaba persistentemente, exigiendo su atención. Con los ojos aún pesados por el sueño, los abrió lentamente, solo para quedarse completamente atónita al darse cuenta de la situación; Estaba abrazada a Anzhel.
Abrazada.
No solo eso, sino que él tenía el torso desnudo y su piel cálida estaba en contacto directo con la suya. Su corazón se aceleró, palpando en su pecho como un tambor frenético, mientras observaba la escena. Sus brazos rodeaban el torso firme de Anzhel, y su rostro descansaba cerca de su pecho, sintiendo su latido, un recordatorio de que, aunque estaba tan cerca de él, las barreras que solían existir entre ellos se desdibujaban.
— ¿Cómo llegamos a esto...? —susurró Elena, completamente atónita. Intentó moverse con cuidado, tratando de deshacer el abrazo sin despertarlo, pero en cuanto lo hizo, él comenzó a moverse también. Aún medio dormido, Anzhel murmuró en voz baja:
—Cinco minutos más, mamá...
Elena no pudo evitar soltar una pequeña risita ante el comentario, que claramente provenía de un Anzhel dormido y vulnerable. Pero la alarma seguía sonando, y si no la apagaba pronto, seguramente lo despertaría del todo. Con esfuerzo, estiró la mano hacia el borde de la cama, intentando alcanzar el celular sin hacer demasiado ruido. Su pie lastimado no facilitaba las cosas, pero finalmente logró apagar la molesta alarma.
Cuando giró de nuevo hacia Anzhel, aun estaba dormido, se quedo observándolo con sus ojos claros, y sin pensarlo, el abrió lentamente sus ojos, aquellos ojos miel que ahora la miraban con un brillo curioso y algo divertido.—Vaya... —dijo Anzhel, con su tono sarcástico habitual—. Si los museos cobran por ver obras de arte, ¿debería cobrar yo también?
Elena, a pesar de la vergüenza, soltó una carcajada.
— ¿Obra de arte? —respondió entre risas, aunque sus mejillas seguían ardiendo por la situación. Anzhel la miraba con una sonrisa ladeada mientras retiraba su mano de su cintura con lentitud.
— Claro —contestó él, sin perder su tono irónico—. ¿No es eso lo que estabas haciendo? Observando una obra maestra... Aunque no puedo decir que me moleste.
Elena bajó la mirada riendo un poco por aquel chiste tan egocéntrico, aún intentando procesar el hecho de que había estado abrazando a su jefe durante toda la noche. Pero había algo en su tono, algo en su forma de hablarle, que la hacía sentir más cómoda de lo que habría imaginado.
— ¿Cómo te sientes después de anoche? —preguntó él, ahora más serio, mientras su mirada se suavizaba—. ¿Estás mejor? ¿Te pasó algo más por culpa de los truenos?
Elena lo miró y asintió, agradecida.
— Sí... gracias a ti, me sentí mucho mejor —admitió—. No sé cómo lo hiciste, pero lograste que me calmara y pude dormir, aunque... —su voz se quebró un poco, avergonzada— aunque terminé abrazándote sin darme cuenta.
Anzhel sonrió ligeramente. Esa sonrisa que derrite a toda chica, esa sonrisa perfecta mostrando sus preciosos caninos superiores..
— Es un alivio que hayas podido descansar —dijo—. Y no te preocupes, no me molestó que me usaras de almohada.
Antes de que la conversación pudiera avanzar más, un pequeño sonido llamó su atención. De repente, Salomón.. se subió a la cama y se acomodó justo sobre ambos, como si él también fuera parte de esa extraña y cercana situación.
— Vaya, parece que Salomón también quiere un poco de atención —dijo Elena, acariciando al gato, que ronroneaba satisfecho.
Entre risas, ambos se miraron, acercándose sin darse cuenta, sus miradas entrelazadas y el ambiente lleno de una tensión que ninguno de los dos había previsto. Sus rostros se aproximaron, y el ambiente se tornó denso con la expectativa de lo que podría suceder.Pero justo cuando parecía que sus labios se tocarían, Salomón, en su estilo felino, decidió moverse bruscamente, maullando por atención interrumpiendo el momento al saltar sobre ellos para acomodarse en un lugar más cómodo.
Anzhel se separó rápidamente, incómodo por la proximidad repentina, y carraspeó—Ehm... —dijo, levantándose de la cama con cierta torpeza—. Voy a preparar jugo de naranja. ¿Te apetece?
Elena, aún sintiendo el calor en sus mejillas y la confusión en su mente, simplemente asintió—Sí... eso estaría bien —respondió, tratando de recomponerse, así que simplemente se arrastro para sentarse, cruzando sobre sus pechos sus brazos Anzhel asintió y salió rápidamente de la habitación, dejando a Elena sola, sentada en la cama, todavía un poco acalorada y muy confundida por lo que acababa de suceder. Su corazón seguía latiendo rápido, se pasó una mano por el rostro, intentando calmarse. << ¡Ah, su puta madre! ¿Qué acaba de pasar?>> pensó, aún sintiendo el calor en sus mejillas. Justo cuando parecía que las cosas comenzaban a calmarse, el hecho de que Anzhel se hubiera levantado apresuradamente, sin siquiera ayudarla a bajar de la cama, la hizo reírse un poco.
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Sutilmente Encadenada.
Fiksi PenggemarElena Brinham, una joven veinteañera, sin empleo y sin rumbo en su vida. Recién egresada y sin experiencia en contabilidad.. Después de una serie de fracasos y rechazos, comienza a perder la fe en sí misma y en su capacidad para triunfar. "Que tan m...