6. Más Allá del Primer Encuentro

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Cuando llegaron a la casa de Anzhel, la noche parecía envolverse en una atmósfera mágica. La mansión, con su diseño minimalista salpicado de toques de color rojo y negro, se iluminaba suavemente con luces cálidas que brillaban como estrellas en el cielo. Anzhel, con una expresión decidida, la levantó en sus brazos con una facilidad sorprendente, como si ella no pesara nada. En una mano sostenía los hotdogs y los refrescos, mientras que con el otro brazo la envolvía, cargándola con una mezcla de confianza y suavidad que hizo que Elena sintiera un cosquilleo en el estómago.

 —¿No es esto un poco exagerado? —se quejó juguetonamente, sintiendo una mezcla de vergüenza y diversión mientras él la llevaba. La conexión entre ellos se sentía casi palpable, como si el mundo a su alrededor se desvaneciera.

  —No hay problema, es solo un pequeño ejercicio —respondió Anzhel con una sonrisa, disfrutando de la fragilidad de la situación—. Además, esos tacones fueron una muy mala elección de mi parte, así que tengo que hacer justicia.
Elena soltó una risa, disfrutando del ambiente relajado entre ellos. Mientras él caminaba, su mente divagaba en la aura romántica que parecía envolverlos, como un halo de luz suave y brillante. Finalmente, llegaron al sofá principal de su sala, un espacio elegante pero acogedor, con almohadones grandes y una suave manta drapeada sobre el brazo. Con mucho cuidado, Anzhel la bajó, asegurándose de que ella estuviera cómoda antes de soltarla por completo.

  —¿Ves? No era tan difícil —dijo él, guiñándole un ojo mientras se acomodaba a su lado, aún sosteniendo los hotdogs. Elena se acomodó mejor, sonriendo.

  —No debiste haberme cargado. Puedo caminar sola, ya sabes —le reclamó con un tono divertido, mientras la pierna que tenía relativamente bien la doblaba para sentarse en ella.

  —Eso es lo que dices, pero ya viste cómo te fue con esos tacones —replicó Anzhel, sacando un hotdog y pasándole uno a ella—. Así que mejor disfrutemos de estos.Mientras mordía el hotdog, Elena sintió que la conversación se tornaba más profunda, como si ambos estuvieran buscando algo más allá de las palabras. Decidió aprovechar el momento y le preguntó sobre su vida, queriendo conocer más de él.
  —Cuéntame un poco sobre ti, Anzhel. ¿De dónde eres?Anzhel la miró, sus ojos oscuros brillando a la luz tenue del ambiente. Por un instante, pareció pensativo, como si sus recuerdos estuvieran a punto de tomar forma.
  —Nací y crecí en Rusia, específicamente en Moscú —comenzó, su tono suave pero nostálgico—. Éramos muy pobres. Mi madre siempre hacía lo que podía para hacerme feliz, así que los hotdogs eran un lujo en ocasiones especiales. Un simple gesto, pero me llenaba de alegría.Elena sintió una punzada de tristeza por él, imaginándose a un niño pequeño disfrutando de algo tan simple y significativo.
  —¿Y tu padre? —preguntó, curiosa.
  —Mi padre no era una buena persona —respondió Anzhel, su voz haciéndose más grave—. Golpeaba a mi madre y no entendía por qué quería que estudiara algo que no me gustaba. Para él, la moda y el diseño eran cosas de mujeres. Pero mi madre siempre me apoyó. A pesar de todo, ella se aseguró de que tuviera las oportunidades que no tuvo.Elena escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra. Podía sentir la carga emocional en su voz.

  —Cuando falleció por una congestión alcohólica... —comentó Anzhel, con un nudo en la garganta. La mirada de Elena se centraba en él, dispuesta a escuchar.

  —Así que, después de que tu padre falleció —preguntó, buscando conectar las piezas de su vida. Anzhel asintió lentamente, su expresión volviéndose melancólica.
  —Sí. Mi madre y yo tuvimos que emigrar porque no teníamos dinero. Era una situación complicada. Ella había soñado con que algún día podría tener una vida mejor, así que tomó la decisión de mudarnos. Con el tiempo, llegamos a un pequeño pueblo en Údine, y fuimos yéndonos de poco en poco ilegalmente. —Su voz se tornó más suave, como si tratara de proteger esos recuerdos.
 —Eso debió ser difícil —dijo Elena, intentando comprender el peso de lo que había vivido.
  —Lo fue, emigrar fue un proceso complicado y largo —comentó Anzhel, dejando de lado el humor por un momento. Su mirada se volvió distante, como si viajara en el tiempo a esos días difíciles—. Cuando llegamos a Italia, apenas teníamos dinero. Mi madre y yo vivíamos en un pequeño apartamento, apenas suficiente para mantenernos. Al principio, no hablábamos el idioma, y conseguir trabajo era un desafío. Mi madre se esforzaba para encontrar cualquier empleo que pudiera mantenernos, pero sus trabajos eran muy mal remunerados. Siempre se aseguraba de que yo tuviera lo necesario para estudiar. Así que empecé a vender ropa que hacía con retazos que encontraba en tiendas de telas.
Elena lo miró con admiración. Era impresionante pensar en las dificultades que había superado.
  —Mientras vendía mis creaciones en un mercado local, conocí a un diseñador que me vio trabajar. Se interesó en mi habilidad y me sugirió que aplicara para una beca en la universidad internacional "Tissora Royale", una de las mejores para estudiar corte y confección en Europa —explicó Anzhel, sus ojos brillando con entusiasmo al recordar el momento.
  —¿Tissora Royale? He oído hablar de ella. Es muy prestigiosa. ¿Conseguiste la beca? —preguntó Elena, ansiosa por saber más.
  —Sí —respondió, su voz llena de orgullo—. Después de meses de arduo trabajo y de ahorrar cada centavo, logré conseguir la beca. Pero no fue fácil. Durante mi tiempo en la universidad, vivía en un pequeño apartamento y trabajaba a tiempo parcial. Aprendí todo lo que pude, y mis compañeros eran talentosos, pero también muy competitivos.
Mientras Anzhel hablaba, Elena no podía evitar imaginarlo como un joven soñador, lleno de esperanza, enfrentándose a un mundo que parecía imponente.
  —¿Y cómo fue tu experiencia allí? —preguntó, encantada por su historia.
  —Fue transformadora —admitió—. Aprendí sobre diseño, técnicas de costura, y conocí a personas increíbles que compartían mis sueños. Pero también fue duro; a veces sentía que no podía seguir. Sin embargo, sabía que tenía que esforzarme, no solo por mí, sino por mi madre, que había sacrificado tanto por mí. —El rostro de Anzhel se iluminó con un destello de determinación mientras continuaba—. Una vez que terminé mis estudios, volví a trabajar en la venta de ropa, pero ahora con un enfoque más profesional. Comencé a diseñar piezas únicas y a venderlas en ferias. La respuesta fue increíble; la gente apreciaba mi trabajo y empezó a pedirme más. Fue así como, con el tiempo, logré abrir mi propia boutique. 
 —¡Eso es impresionante! —exclamó Elena, sintiendo una mezcla de admiración y asombro.
  —Gracias. Fue un sueño hecho realidad, pero no era suficiente. Sabía que podía hacer más, así que con la experiencia que adquirí, decidí dar un paso más grande. Y fue así como fundé Mitzzi, enfocada en la moda global, que se ha expandido más allá de mis expectativas —dijo, su voz llena de orgullo.

Elena se sintió inspirada por su historia. Cada paso que había tomado, cada sacrificio que había hecho, la llevaba a donde estaba ahora. Sin embargo, había algo más profundo en su relato, algo que parecía resquebrajar la coraza que Anzhel había construido a su alrededor.

Sutilmente Encadenada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora