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Chicago nos recibió el jueves en una sombría y helada tarde

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Chicago nos recibió el jueves en una sombría y helada tarde. Su atrevida arquitectura maravilló mis ojos y los del castaño a mi lado. Chicago, es la tercer zona metropolitana del país; en ella se calcula un radio de ochocientos veinticinco kilómetros, en el cual habitan más de cien millones de personas, aproximadamente el cuarenta y cinco por ciento de la población estadounidense.

Las fluorescentes luces, los rascacielos y la alegría de la gente nos convenció de explorar el lugar apenas llegamos.

La encantadora sonrisa de Edward en ningún momento abandonó su rostro. Algunas veces me dedicaba sonrisas de agradecimiento. Deseaba con todo mi corazón tener la misma energía de él para explorar la metrópolis toda la madrugada, pero, apenas dadas las doce, mis ojos pesaban. No pasó desapercibido para Edward, quien me insistió en regresar al hotel.

El taxi se detuvo frente a "The Peninsula Chicago Hotel", un lujoso espacio al noroeste de la ciudad. Desde la entrada podía ver la maravillosa vista de cada suite, por dentro debía ser aún más genial.

Los pisos de mármol dorado, las paredes de un blanco hueso, las luces cálidas y los extravagantes mostradores fueron lo primero que vi.

Edward caminó con pasos seguros hacia el primer mostrador, donde una hermosa rubia tecleaba algo. Su vista inmediatamente se alzó al notar una presencia. Sus verdes ojos brillaron al ver el apuesto rostro de Edward, y sin algún ápice de pudor, su mirada lo recorrió, soltando así una sonrisa pícara.

Me detuve detrás de Edward, esperando ansiosamente cualquier mal movimiento de la rubia. Ed lo notó.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó sonriendo de oreja a oreja. Sus brazos se doblaron sobre el escritorio y recargó su mandíbula sobre sus manos.

Edward alzó una ceja.

—Tengo una reservación a nombre de Edward Cullen —respondió.

Batiendo sus pestañas exageradamente, tecleó algo. Para después sonreír.

—Una suite en el décimo piso. Edward Cullen —repitió. Giró hacia el gran estante que contenía una infinidad de llaves. Tomando la ochenta y dos, según mis cálculos. Estiró su mano esperando el contacto de la mano de Edward —. Aquí está.

Edward la tomó sin siquiera rozar su mano.

—La habitación es demasiado grande —mencionó —, para una sola persona.

Oí el ligero resoplido del castaño. Entonces, no dudé en acercarme a Edward, rodeando su brazo con mi mano.

—¿Quién mencionó que estaría solo? —bramé.

La rubia me vio con recelo. Frunciendo sus labios.

—Dedícate a hacer tu trabajo y deja de coquetear con mi hombre —ordené —. Perra.

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⏰ Última actualización: Sep 12 ⏰

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MIDNIGHT ➳ Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora