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Había una larga lista de cosa que no esperaba encontrar ese día

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Había una larga lista de cosa que no esperaba encontrar ese día.

Llegué más temprano de lo debido para poder hablar un poco con la Sra. Monett, como había pensado, estaría en su escritorio organizando papeles. Deseando que fuera hora de salir a descansar.

Toqué la puerta despacio. Se asombró de verme ahí.

—Adelante —fue apenas audible su voz. ¿Estaría triste? ¿Era mi culpa?

—Le traje esto Sra. Monett —extendí la caja hacia ella. Confundida abrió la caja por un lado. Sus cejas se levantaron —. Lamento demasiado lo de ayer, fue un acto de imprudencia mía. Pudo haber sido sancionada por mi culpa.

Me dedicó una sonrisa enternecida.

—Oh, cariño. No debiste molestarte. No hubo ningún regaño para mí.

Más tranquila de haber escuchado eso, platiqué durante un rato con la sra. Monett. Mi primer clase era biología, con quien decían ser de los mejores profesores.

El salón estaba casi vacío, de no ser por qué, Edward Cullen estaba ahí. Mirándome fijamente. ¿Qué tan atrevido sería de mi parte sentarme junto a él? En un salón casi vacío.

Bueno, la vida se trataba de arriesgarse.

Mientras caminaba hacia él, le dio una breve mirada a mi cuerpo, hasta que su mirada se detuvo en mi abdomen, para después fruncir el ceño.

Incomodidad.

Todo mi ser estaba incómodo. Había fruncido el ceño como si le asqueara el hecho que mi abdomen estuviera expuesto, del ombligo a la cadera. No estaba acostumbrada a esto. En Phoenix podría irme incluso desnuda a la escuela y nadie objetaría.

¿Será éste un pueblo anticuado? Lo dudo, Charlie me lo hubiera hecho saber.

En mis pocos años de adolescencia, he vestido cómo me gusta y nunca me he sentido avergonzada de ello. Hasta ahora. Debió darse cuenta porque me quedé parada a medio pasillo. Quitó la pila de libros que estaban sobre lo que sería mi escritorio y volteó hacia la ventana.

Aún más incómodo.

Subí el zíper de mi chamarra. Y me avergoncé un poco más del para nada discreto sonido del zíper. Se daría cuenta.

Resignada me senté. Quise hacer tiempo buscando mis lapiceras, pero, ¿a quién engañaba? Sólo tenía dos. Y era una dicha que él no se haya dado cuenta de mi débil intento de hacerme la distraída.

Tú no eres así Mar.

Mi interior estaba duramente debatiéndose. ¿Dónde estaba la confianza y seguridad que hice a lo largo de los años? ¿dónde estaba mi confianza de ayer?

—Así que... Mar Swan —rompió el incómodo silencio entre nosotros. Estaba sorprendida, sí, pero no quería demostrarlo.

—¿Cómo lo sabes? —cuestioné.

MIDNIGHT ➳ Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora