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Bradley

La mañana siguiente llegó con una lentitud abrumadora, como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar. Los rayos de sol se filtraban tímidamente a través de las pesadas cortinas, creando un contraste casi irónico con la oscuridad que pesaba sobre mi interior. Mi cuerpo se sentía anclado a la cama, cada extremidad pesando como si estuviera hecha de plomo.

No tenía fuerzas, ni siquiera para levantarme. Había despertado hace ya algunas horas pero, la conversación de la noche anterior con mi padre había drenado la poca vitalidad que me quedaba. Era como si cada palabra suya hubiera absorbido mi energía, dejándome vacío, sin deseos de enfrentar otro día bajo el mismo techo que él.

Me giré en la cama, incapaz de sacudirme la sensación de desesperanza que se había instalado en mi pecho. El techo blanco parecía burlarse de mí, inmutable, mientras mi mente repetía una y otra vez los momentos de la noche anterior. Su voz, sus manipulaciones, el sonido inconfundible de sus dedos chasqueando... todo se mezclaba en un eco interminable.

Instintivamente, mi mano se deslizó bajo la almohada, buscando ese pequeño objeto que se había convertido en mi ancla, en mi única conexión con algo real. Al encontrarlo, cerré mis dedos alrededor del colgante que Max me había regalado. Sentir el frío metal contra mi piel era la única cosa que me hacía sentir, aunque fuera por un momento, que no estaba completamente solo.

Lo levanté y lo observé a través de la tenue luz que entraba por la ventana. Era una pieza sencilla, nada ostentosa, pero significaba más para mí que cualquier otra cosa en este lugar. Apretarlo contra mi pecho era mi forma de recordarme que había algo más allá de esta casa, más allá de las expectativas de mi padre.

Max siempre había sido la única persona que lograba hacerme sentir vivo, quien me mostraba que había otra manera de vivir, lejos de las garras opresivas de mi familia. Pero ahora, con la presión cada vez más fuerte, esa vida parecía tan distante, casi inalcanzable.

La realidad me golpeó como un martillo. Necesitaba ver a Max, necesitaba escuchar su voz, pero mi padre lo había dejado claro: cualquier cosa que me alejara de su plan no tenía cabida en mi vida. Y aún así, aferrado a ese colgante, supe que no podía rendirme, no sin luchar por lo único que me quedaba.

Pero por ahora, no tenía la fuerza para levantarme. No aún.

Mi mirada vagó por la habitación, una vez más enfrentándome a la realidad que me rodeaba. Las paredes, pintadas en un tono apagado de gris, parecían absorber cualquier atisbo de color o vida que intentara infiltrarse. Era como si el lugar en sí reflejara la monotonía y el vacío que sentía por dentro.

No había mucho que destacar en ese espacio. Unos cuantos libros en una estantería polvorienta, algunos de ellos apenas tocados. Ropa cuidadosamente doblada en un rincón, colgada en un armario que apenas usaba. No había fotos, ni recuerdos personales que decoraran el lugar, nada que reflejara quien realmente era, o mejor dicho, quien deseaba ser.

Mi vista se detuvo finalmente en la mesita de noche, donde un libro descansaba, sus páginas medio abiertas como si hubiera sido abandonado a la mitad. Debajo de él, apenas visible, estaba mi teléfono. Aquel aparato que solía ser mi ventana hacia el mundo exterior, hacia Max, ahora se encontraba enterrado bajo las capas de mi apatía.

Quería alcanzarlo, deseaba poder tomarlo y enviarle un mensaje, escuchar su voz, cualquier cosa que me recordara que no estaba solo en esto. Pero la idea de levantarme, de moverme siquiera, parecía una tarea titánica. Era como si cada fibra de mi ser se resistiera a la idea de salir de la cama, como si levantarme implicara enfrentar la cruda realidad que me aguardaba fuera de estas paredes, o de esta cama.

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⏰ Última actualización: Sep 16 ⏰

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𝑳𝒐𝒗𝒆𝒓𝒔 𝒊𝒏 𝑺𝒊𝒍𝒆𝒏𝒄𝒆 - 𝓜𝓪𝔁𝓵𝓮𝔂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora