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El invierno de 117 d

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El invierno de 117 d.c. trajo consigo nuevos miembros a la Familia Real. A inicios de año, la Consorte Alicent dio la bienvenida al mundo al tercer hijo del Rey, el Príncipe Daeron Targaryen, su precioso niño de cabellera rubia sucia y orbes oscuros, de piel pálida pecosa; el más hermoso de sus hijos se atrevía a decir, un bebé callado y educado que vino al mundo con la facilidad que sus hermanos mayores no. Un tercer varón que proporcionaba a su marido. Y séptimo en la línea de sucesión para furia de su madre. No importaba que haya dado tres hijos varones a la dinastía Targaryen, sus hijos estaban por debajo de la Princesa Heredera y sus tres hijos, pese a que todos los niños tenían sus propios dominio que gobernar algún día. El momento de victoria de la Reina no duró mucho y en su lugar se tornó un amargo pozo de alquitrán en sus entrañas cuando toda la Fortaleza Roja se dobló sobre sí misma para atender hasta el mínimo capricho de la Princesa Heredera embarazada. La ramera había vuelto de sus vacaciones en Rocadragón luego de su unión impía al enterarse que estaba a punto de traer más miembros de sangre de dragón a la Familia Real. Alicent quiso aruñar la sonrisa burlona en su rostro en el momento en que se dio cuenta del veneno detrás de sus palabras. Dejando a Daemon Targaryen y Laena Velaryon al cuidado de La Isla abandonada por los Dioses. Niña tonta, como si Daemon y su vulgar esposa no estuvieran esperando la mínima oportunidad para poner su sangre en el trono. Seguramente ya estaban asegurando la lealtad de la gente de Rocadragón a su facción.

El hecho de que sus hijos no fueran tan impíos y místicos como los Targaryen no los hacía menos legítimos que los bastardos de Rhaenyra.

Alicent Hightower miraba a todo y todos con disgusto mal disimulado, con la nariz arrugada y los ojos desorbitados por los celos. Nadie había reaccionado así a ninguno de sus embarazos, ni siquiera la facción verde ni mucho menos su padre. ¿Su esposo? El Rey no cabía de la felicidad de pasar todo su tiempo libre con sus nietos y adular y mimar a su hija conforme su vientre se volvía más grande. Cuando la Princesa anunció su embarazo, El Rey se sintió el hombre más feliz del mundo.

Organizó costosos banquetes, tanto para la nobleza de la Fortaleza Roja como para los plebeyos de la ciudad, un torneo e incluso un baile real para celebrar la concepción del nuevo Príncipe o Princesa en el Salón de La Reina que no había sido vuelto a usar desde la muerte de Aemma Arryn. Ser Steffon Darklyn, Ser Ronnel Arryn, Ser Erryk y Ser Arryk Cargyll—pese a las rabietas de Alicent de que la ramera tuviera cuatro escudos jurados era exagerado y costoso su esposo no había hecho más que ignorarla y despreciarla; Rhaenyra era la Princesa Heredera, una Princesa de Sangre, nieta de un Príncipe y Princesa Targaryen, nieta del anterior Señor Supremo del Valle y la Princesa Daella Targaryen, bisnieta del Viejo Rey y la Buena Reina Alysanne, la futura primera Reina Gobernante de Los Siete Reinos, lo que la volvía la persona más importante de Los Siete Reinos sólo por debajo del Rey—se volvieron la sombra de la Princesa Heredera, decididos a evitar que hasta el viento la golpeara de manera equivocada. Rhaenyra lo consideraba un poco excesivo puesto que había pasado ya por dos embarazos pero no se quejaba, al contrario, la mezquina muchacha prosperaba regodeándose de la atención. Rhaenyra siempre había sido así de egocéntrica, siempre queriendo ser el centro de intención en donde quiera que estuviera. La ramera se había atrevido a opacarla en su propia boda luciendo un exquisito vestido azul Arryn que perteneció a la Reina Aemma, de escote atrevido y con incrustaciones de perlas, además de los bordados del halcón con hilo de seda blanca. Tan bella como el pecado. Ni siquiera le dirigió una mirada, al contrario, estaba demasiado ocupada celebrando con la Corte y sus nuevas damas de compañía como para prestarle atención.

𝓓𝓪𝔂𝓭𝓻𝓮𝓪𝓶  | Helaena Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora