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Helaena se carcajeó alegremente de la fuerte brisa en su rostro, acurrucándose contra el cuerpo de su madre

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Helaena se carcajeó alegremente de la fuerte brisa en su rostro, acurrucándose contra el cuerpo de su madre. Estaba montada en Syrax, en el regazo de su madre, y Baelon firmemente atado a su espalda, dejando escapar gorjeos de felicidad. A su lado, su padre y un chillante pero contento Aemon los acompañaban en Bruma. Detrás de ellos y actuando como centinela, su amada Fuegosueño le seguía el paso a los jóvenes dragones. Y El Deleite del Reino detrás de ellos con caballeros, escudos jurados, sirvientes y las damas de su madre. ¿Su destino? Rocadragón. Los huevos de sus hermanos seguían cálidos al tacto pero no mostraban señales de eclosionar pronto, así que Helaena había decidido implantar la idea de los dragones salvajes en su madre poco a poco y luego de un comentario mal intencionado de la Reina sobre que la falta de nacimiento de huevos de cuna de los gemelos era un presagio de Los Dioses, Rhaenyra ni siquiera lo había pensado dos veces antes montar a Syrax y ladrar órdenes a Laenor de seguirla.

¿Cómo se atrevía una simple ándala de rostro sencillo, una sirvienta hija de un segundo hijo que seguía siendo un sirviente de la Familia Real pese a sus aires de grandeza y sentirse la persona más grande en la habitación, que sólo consiguió la Corona de la que se siente tan segura escabulléndose como un gusano en la alcoba del Rey la noche del funeral de su esposa a cuestionar la sangre de dragón, de la Antigua Valyria que corría fuerte y poderosa por la sangre de sus hijos? ¿Cómo se atrevía a cuestionar a cualquier hijo de Rhaenyra cuando el simple hecho de ser sus hijos los hacía mil veces más dignos que cualquier torre disfrazada de dragón? Rhaenyra, que podría complementar la magia en la sangre de los Primeros Hombres con su sangre Valyria, que podría revolcarse con un ándalo y aún así tener hijos capaces de convertirse en señores dragones por derecho propio. Rhaenyra no había querido más que arrancarle a Alicent su lengua de serpiente para que dejara sus costumbres traicioneras cuando sus sirvientas le informaron de sus palabras pero se negaba a rebajarse a su nivel, además, si la enfurecía la suficiente bien podría costarle al niño que orgullosamente cargaba en su vientre. La ramerita verde parecía incapaz de ver la realidad, siendo la Reina más odiada de Los Siete Reinos. Sobretodo cuando en un taberna, un borracho y bien pagado Ser Thorne había casi gritado que la Ex Mano del Rey los había amenazado para dejar entrar a su hija completamente a los aposentos del Rey, y que siempre salía con una apariencia desaliñada muy diferente a la niña correcta y bien vestida que se veía cuando perseguía a la Princesa Rhaenyra como cachorro por toda La Fortaleza Roja.

Aemond nació con salud frágil por culpa de los berrinches de su madre durante todo el embarazo, nadie más que la histérica Reina la apuntaría como la responsable, al contrario, se volverían contra la madre del niño—loca, histérica, inmadura, paranoica. Su padre debió trabajar muy duro para esconder la frágil mente de su hija, una niña así no sirve para ser Reina. ¿Cuándo actuó así la Buena Reina Alysanne pese a sus hijos muertos? ¿Cuándo actuó así la gentil Reina Aemma pese a su largo historial de abortos? La chica está loca, y el Rey aún más. Debió casarse con la niña Velaryon, así tendríamos príncipes legítimos y una dote extravagante—pero todo depende de cómo se porte la querida Alicent. El Rey también le ordenó presentar a su hijo a la Corte apenas naciera, Alicent estaba pálida, con el pelo lacio y húmedo de sudor. Su vestido estaba arrugado, como si se lo hubieran puesto a toda prisa. Pudo ver que las damas de la corte arrugaban la nariz al ver la sangre que se arrastraba tras ella. El rostro de Ser Criston parecía sombrío mientras caminaba detrás de ella.

𝓓𝓪𝔂𝓭𝓻𝓮𝓪𝓶  | Helaena Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora