Capitulo I

752 50 0
                                    

Daenerys lloraba desconsoladamente. Las personas a su alrededor decían que sus lágrimas eran rojas; tal vez era una ilusión óptica por lo enrojecido de su rostro, o quizás la Madre de Dragones realmente estaba llorando sangre. Había perdido el rumbo, atrapada en una espiral de dolor y arrepentimiento. Se encerró durante días, apenas comiendo, rechazando cualquier compañía. Durante esos días, no hacía más que leer y lamentarse por los errores de su casa. ¿Qué hubiera pasado si nunca hubiera existido la "Danza de los Dragones"? Esa guerra civil fue la perdición de su casa, la razón de que todo el poder de su dinastía se desmoronara.

Daenerys se veía a sí misma reflejada en la historia de Rhaenyra Targaryen: su trono había sido usurpado, y al luchar tanto por él, lo perdió todo. Rhaenyra perdió todo lo que amaba: su familia y su vida. "¿Qué haríamos juntas?" se preguntaba Daenerys, perdida en sus pensamientos. "¿Qué consejo me daría Rhaenyra?" Se sentía sola, tan sola como la última de su estirpe. Sabía que, incluso si ganaba la guerra, sería el fin de su dinastía, el final de su historia y el de los dragones.
Leyó una y otra vez la historia de la Danza de Dragones, analizando los errores cometidos, tratando de entenderlos para no repetirlos.

La mañana era fría y nublada; un escalofrío recorrió el cuerpo de Daenerys. Un mal presentimiento la invadía. Las mujeres a su alrededor la ayudaban a vestirse con un elegante vestido negro de cuero, mientras trenzaban su cabello en múltiples trenzas que le conferían un aire de poder y elegancia. Pero, bajo esa apariencia de fuerza, se sentía débil; no había comido bien en días. Sabía que era hora de dejar su refugio, de reunirse con su consejo y planear cómo reclamar King's Landing.

Las mujeres se retiraron, dejándola sola con sus pensamientos. Daenerys respiró hondo, tomó el libro sobre la historia de la Danza de Dragones y se dirigió a la puerta. Al cruzar el umbral hacia el pasillo, la puerta detrás de ella se cerró de golpe, resonando en el silencio. De repente, el frío del corredor dio paso a un calor sofocante, y la quietud se hizo aún más opresiva.

Confundida, Daenerys se giró hacia la puerta, intentando comprender lo que acababa de suceder. Permaneció allí, inmóvil por un momento, intentando asimilarlo.

Pero el tiempo apremiaba. Su consejo seguramente ya la esperaba. Caminó por el pasillo con determinación, pero algo no encajaba. Las paredes parecían diferentes, como si alguien las hubiera limpiado recientemente. La luz había cambiado; había menos luz natural y más antorchas ardiendo en las sombras, proyectando destellos inquietantes.

La sensación de desorientación la envolvía, como una niebla espesa. Su cabeza comenzó a darle vueltas. ¿Cuánto tiempo había estado encerrada? ¿Por qué habían hecho cambios sin consultarla? Se detuvo, tomó aire profundamente y decidió regresar a su habitación, solo un momento, para asegurarse de que no estaba atrapada en un sueño.

Al llegar frente a su puerta, intentó abrirla, pero estaba bloqueada. Empujó con fuerza, una y otra vez, sin éxito. Era absurdo; acababa de salir de allí. Cuando comenzó a empujar con más insistencia, la puerta se abrió desde dentro. Retrocedió un par de pasos, sorprendida.

Un hombre apareció en el umbral. Era alto, de piel pálida y cabello plateado, con ojos violetas, idénticos a los de ella. Ambos se quedaron atónitos, sin palabras, frente a lo qué veían.

Daenerys parpadeó varias veces, tratando de aclarar su visión. Frente a ella, en el umbral de la puerta, se encontraba un hombre que no reconocía, aunque algo en él le resultaba inquietantemente familiar. Era alto, de piel pálida y cabello plateado, con ojos violetas, tan intensos como los suyos. Llevaba una armadura negra que parecía antigua, como sacada de los relatos de la historia de su casa.

—¿Quién eres? —, preguntó Daenerys con firmeza, su voz aún temblorosa. No quería mostrar miedo, pero algo en esta situación la hacía sentirse vulnerable. Nunca había visto a este hombre antes, y sin embargo, su presencia parecía despertar algo en ella.

La Danza de Los SiglosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora