Capítulo II

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Las cosas en los aposentos parecían estar más relajadas después de un par de horas. Daenerys había permitido a Daemon leer el libro. Él solo había hojeado las partes que le interesaban, como la Danza de los Dragones, la usurpación de Aegon y su propia muerte.

Ambos guardaban un silencio pesado sobre la mesa. Daenerys no dejaba de analizar todo en su mente. «¿Qué diablos había pasado?» Se preguntaba una y otra vez cómo había llegado a este punto y, más importante, cómo podría regresar a su tiempo.

Por otro lado, Daemon mantenía la mirada perdida, sumido en sus pensamientos. Leer sobre la trágica caída de su familia y de su legado lo había dejado devastado, aunque no lo mostraba abiertamente. Su semblante, firme y sereno, ocultaba la tormenta que rugía en su interior.

—En tu presente... ¿quién eres tú? —preguntó de repente Daemon, rompiendo el silencio. El tono era grave, pero cargado de curiosidad. Al decirlo, sus ojos se fijaron en Daenerys, como si quisiera escrutar más allá de su apariencia para descubrir la verdad.

Daenerys se giró hacia él, sorprendida de que aún quisiera saber más. Era lógico que la pregunta surgiera. Después de todo, para Daemon, ella era una incógnita, una aparición inexplicable. Entonces, comenzó a contarle su historia, pero esta vez fue más allá de los hechos que ya había mencionado.

Le relató cómo, siendo solo una niña, su familia fue traicionada. Le habló del trágico destino de su padre, el Rey Loco, cuya paranoia y crueldad llevaron a que lo asesinaran. Su linaje, que tanto valoraba Daemon, fue destruido, y el trono les fue arrebatado por la fuerza. Ella y su hermano Viserys, apenas unos niños, fueron enviados al exilio, despojados de todo derecho.

Daemon la escuchaba atentamente, su mirada cada vez más intensa. Sin interrumpirla, absorbía cada palabra. Había una especie de reconocimiento en sus ojos, aunque también una sombra de desconfianza.

—Tuvimos que sobrevivir solos... sin nada. —La voz de Daenerys bajó de tono, como si esos recuerdos aún le pesaran—. Mi hermano y yo, vagando de un lugar a otro, siempre con la promesa de recuperar el trono. Viserys me casó con un líder dothraki cuando apenas tenía trece años. Me usó como moneda de cambio, para obtener un ejército.

Daemon frunció el ceño, disgustado al escuchar que la sangre de su linaje había sido tratada de esa forma. Pero no dijo nada, solo siguió observándola.

—Pero fue con ellos, con los Dothraki, donde descubrí mi verdadero poder —continuó Daenerys—. Cuando mi esposo murió y todo parecía perdido, entré al fuego con los huevos de dragón que me habían dado como regalo de boda. Salí ilesa... y con tres dragones nacidos de las cenizas.

Esa última revelación captó completamente la atención de Daemon. Su expresión cambió de una calma tensa a una curiosidad fascinada. Dragones, la esencia misma del poder de su familia, resurgieron gracias a esta mujer que venía del futuro.

—Hiciste eclosionar huevos de dragón —repitió él, más como una afirmación que una pregunta, como si quisiera asegurarse de haber escuchado bien.

—Sí —confirmó Daenerys, con una leve sonrisa melancólica—. Y ellos me ayudaron a reclamar lo que es mío. Pero ahora... —Su voz se apagó ligeramente al recordar su situación actual—. No sé si volveré a verlos.

El sol comenzaba a ocultarse tras el ventanal, llenando la habitación de una cálida luz anaranjada. Daenerys se puso de pie de repente, mareada por la intensidad de sus propios recuerdos y las emociones que despertaban en ella. Era evidente que el peso de todo lo que había contado la estaba afectando.

Daemon, notando su estado, se levantó también.

—Ahora regreso —dijo con voz firme antes de salir de la habitación, dejando a Daenerys sola.

La Danza de Los SiglosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora