Capítulo VIII

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Año 126 d.C: Boda Valirya

Conforme los días pasaban en Desembarco del Rey, Daenerys recibía constantes atenciones de Daemon. Regalos cuidadosamente seleccionados que hablaban más que cualquier palabra. Un collar de acero valyrio, brillante y elegante, adornaba su cuello como un recordatorio de sus raíces compartidas. Pero lo que verdaderamente la conmovía eran las comidas: huevos de árbol, empanadas de saltamontes y fideos verdes. Sabores del mercado oriental en Essos, pequeñas delicias que la transportaban a su niñez. Eran detalles que sólo ella había mencionado en una conversación años atrás, y sin embargo, él los había recordado. La profundidad de ese gesto la conmovía, desarmándola de una forma que no esperaba.

Inesperadamente, algo dentro de ella comenzó a cambiar. Había algo en la manera en que Daemon la miraba, en la manera en que buscaba hacerla sonreír, que despertaba en ella un sentimiento nuevo. Un escalofrío le recorría la piel cada vez que sus manos se rozaban, cada vez que sus miradas se cruzaban en esos momentos de silencio compartido.

Desayunaban juntos todos los días, y cada conversación era un baile delicado entre lo cotidiano y lo íntimo. Las pláticas eran amenas, llenas de anécdotas y risas, pero cuando el tema del matrimonio surgía, Daenerys sentía que su corazón se aceleraba. Daemon, siempre atento, cambiaba de tema con suavidad, pero encontraba maneras sutiles de recordarle sus sentimientos. Una sonrisa, una caricia fugaz en su mano, un “te quiero” dicho en voz baja, como un secreto compartido solo entre ellos dos.

A veces no podía creer que Daemon, el hombre que la historia describía como un guerrero indomable y un esposo infiel, pudiera ser tan atento y considerado. La historia contaba cómo había engañado a Rhaenyra, y Daenerys no podía evitar preguntarse: *“¿Pasará lo mismo conmigo?”* El conocimiento de su traición la carcomía, haciéndola dudar de cada gesto, de cada palabra.

Daemon no era tonto. Él tenía el libro, él conocía los eventos, él podía predecir cualquier cosa. Pero, ¿podía ver también su propio corazón? ¿Podria prevenía sus actitudes?

El día en que viajaron a Rocadragón, el cielo estaba cubierto de nubes grises. Un viento fresco soplaba desde el mar, haciendo ondear las capas y el cabello de los presentes. A Daenerys le agradaba el clima, sentía que el aire frío despejaba sus pensamientos, que las nubes oscuras reflejaban sus propias incertidumbres.

—Lucerys no podrá venir con nosotros —comentó Rhaenyra al subir al barco, con Jacaerys, Joffrey y Laenor siguiéndola. Su expresión reflejaba preocupación.

—¿Por qué? —preguntó Daemon, frunciendo el ceño, su voz cargada de inquietud.

— Ha recibido unas cartas de los maestres en la ciudadela. Quieren que vaya a Oldtown para estudiar. — contestó.

—¿Y él aceptará? —preguntó Daenerys, acercándose a ellos, su curiosidad evidente.

—Aún no lo sabe —respondió Jacaerys, con un tono pensativo—. Dijo que lo pensaría. Si decide no ir, nos alcanzará en Roca Dragón.

Daenerys sintió un nudo en el estómago. La idea de dejar a Lucerys en Desembarco del Rey, rodeado de los verdes, le provocaba un mal presentimiento.

El barco zarpó suavemente desde el puerto de Desembarco del Rey. La ciudad se fue empequeñeciendo en la distancia. Daenerys cruzó una mirada preocupada con Daemon, que él comprendió al instante.

Rhaenyra, Jacaerys y Joffrey hablaban en voz baja en la cubierta, mientras Laenor los observaba desde cierta distancia, con la mirada fija en el horizonte. Daemon se quedó junto a Daenerys, apoyado en la barandilla, sus manos firmes y su semblante atento.

La Danza de Los SiglosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora