Capítulo VII

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Año 126 d.C: Lealtad y traición

En cuanto Daenerys cruzó la puerta las miradas en ella se hicieron presentes, ya la mayoría estaba sentado en la mesa, la mayoría excepto el rey. La mirada del lado de los negros que vestía de verde era agradable, era calida y la hacía sentir segura, pero la mirada del lado de los verdes que vestían de negro eran repulsivas, más la de Alicent quién parecía verla de pies a cabeza. Daemon ya estaba sentado sobre la mesa, pero se levantó y fue hasta donde ella estaba. No le dijo nada, solo se acercó, tomo su mano, dejo un beso en sus nudillos y la guío hasta un lugar a su lado vacío de manera que quedó sentada entre el y Lucerys, al lado de Lucerys estaba su prometida, Rhaena, Rhaena le dedico una sonrisa y ella la correspondió.

— Me da gusto que hayas venido. — dijo Alicent rompiendo el silencio en la mesa, aunque Daenerys comprendió su farsa. Su vista paso al lado de los verdes, notando más las miradas de los que estaban ahí, ya no eran de sorpresa como cuando la vieron cruzar el umbral de la puerta, parecían más relajados. Otto con su mirada serena y calculadora. Aegon despreocupado y Haelena a su lado, parecía preocupada y a veces parecía susurrar cosas ineludibles y Aemond recargaba un brazo sobre la mesa y su mirada de situaba a la esquina del salón.

— Es un honor compartir la mesa con usted, majestad. — dijo de manera educada pero con un deje de ironía en ello.

Ambas compartieron una sonrisa, una sonrisa forzada.

Daemon que estaba sentado entre Daenerys y Rhaenyra compartió unos cuantos comentarios con Rhaenyra, unos que Daenerys no escucho. Que no comprendió.  Daemon debajo de la mesa tomo la mano de Daenerys y la apretó un poco, cuando Daenerys levantó la cabeza para verlo el estaba sonriendo, aquello le resultó misteriosamente tierno.

No era momento de arrepentirse de nada, su mente vagaba en otras cosas que eran hasta cierto punto insignificantes. «¿Cómo será la boda de los Targaryen?» pensó. Hasta ahora no habia vivido alguna, solo la de los Dothraki que se hacían al aire libre junto su Khalassar, donde si al menos tres hombres no resultaban muertos al finalizar el festín se consideraba aburrida.


Daenerys se obligó a mantener la compostura cuando la figura moribunda del rey Viserys apareció en el salón. Los guardias lo transportaban en una silla elevada sobre tablas. Todos en la mesa se pusieron de pie en cuanto lo vieron, y el hedor que emanaba de su cuerpo, casi en descomposición, llenó el aire, robándole a Daenerys cualquier vestigio de apetito que pudiera haber tenido. Hizo un esfuerzo por no mirarlo directamente; sabía que la presencia del rey, casi en el umbral entre la vida y la muerte, le resultaría profundamente perturbadora.

El salón quedó sumido en un silencio incómodo. Incluso los sirvientes, al dejar los platos sobre la mesa, se movían con extremo cuidado para no hacer el menor ruido. Las miradas de todos estaban llenas de preocupación y tristeza. Fue Viserys quien, finalmente, rompió el silencio con una voz temblorosa pero decidida.

—Mi familia —empezó, su mirada recorriendo a cada uno de los presentes, deteniéndose en los rostros de sus hijos y nietos, en Daemon y, por un instante, en Daenerys—. Lo que más amo en este mundo. Así es como me gustaría verlos siempre: juntos, en una mesa, como una verdadera familia.

Viserys hizo una pausa, su respiración entrecortada por el esfuerzo. Su mirada, a pesar de la neblina que la enfermedad había dejado en sus ojos, aún brillaba con la intensidad de un hombre que había gobernado y amado con toda su alma. Levantó su copa temblorosa, con el peso de cada palabra cargada de emoción.

La Danza de Los SiglosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora