Capitulo IX

318 35 4
                                    

Año 126 d.C: ??

Las cosas después de aquella noche cambiaron irrevocablemente. Daenerys no solo sentía el calor del cuerpo de Daemon a su lado, sino algo mucho más profundo. Cada caricia, cada mirada entre ellos, le recordaba que estaba amada de una manera que jamás imaginó posible. Compartían no solo el lecho, sino el alma. Despertar al lado de Daemon era como vivir un sueño del que no quería despertar, un mundo donde el amor no tenía barreras.

Para Daemon, era similar. Despertar y ver a Daenerys junto a él, su cabello desordenado sobre la almohada, sus ojos entreabiertos aún atrapados en el sopor del sueño, lo hacía sentir que el destino le había concedido más de lo que merecía.

Aquella mañana, el aire estaba cálido, el sol acariciaba las piedras de Roca Dragón, llenando el día de una serenidad engañosa. Daenerys se levantó y caminó hacia la ventana, envuelta en una bata ligera que apenas cubría su piel desnuda. Sintió la presencia de Daemon a sus espaldas antes de que él siquiera la tocara. Se estremeció cuando sus dedos apartaron su cabello del cuello, dejando un beso cálido en su piel.

—Buenos días —murmuró él, su voz profunda, aún ronca por el sueño. Deslizó sus brazos alrededor de ella, abrazándola desde atrás.

Daenerys sonrió, tomando sus manos, entrelazando sus dedos con los suyos. Sentía el calor que emanaba de su cuerpo, la seguridad en su toque.

—Buenos días. El clima es hermoso —comentó, observando el horizonte.

—No tan hermoso como tú, Daenerys.

Ella se giró hacia él, dándole un beso suave, cargado de intimidad. Un beso al que Daemon respondió, como si cada día a su lado fuera una bendición.

El clima reflejaba la paz que ambos sentían. Pero aquella calma solo era una ilusión.

Más tarde, ya vestidos, Daenerys con un elegante vestido negro que resaltaba su figura, se unieron a Rhaenyra, Laenor, Jacaerys, Joffrey y las gemelas para el desayuno. Conversaban con una tranquilidad que no reflejaba la creciente inquietud en el ambiente.

—Entonces, Lucerys finalmente fue a Oldtown para estudiar —comentó la prometida de Lucerys al notar su ausencia.

—Sí... pero no hemos recibido ningún cuervo informándonos sobre su llegada —respondió Rhaenyra, mordiendo un trozo de pan, aunque la preocupación cruzaba brevemente su rostro.

Daemon y Daenerys intercambiaron una mirada cargada de duda.

—¿Deberíamos preocuparnos por la falta de noticias? —preguntó Daemon, arqueando una ceja.

Rhaenyra permaneció pensativa un momento, apretando los labios.

—No lo creo —respondió finalmente, aunque su tono traicionaba la falta de certeza.

A pesar de sus palabras, la tensión en el aire crecía. Daenerys no podía evitar sentir un profundo malestar. No entendía cómo Rhaenyra había permitido que Lucerys se quedara solo en Desembarco del Rey, rodeado de los Verdes. Una frustración silenciosa se acumulaba dentro de ella.

De repente, la puerta del salón se abrió. Entró un sirviente, haciendo una reverencia.

—Mi princesa... la princesa Rhaenys ha llegado.

El salón quedó en silencio mientras la princesa Rhaenys entraba. Su rostro estaba marcado por la preocupación, sus ojos oscuros por el cansancio. Algo terrible había sucedido. Todos se levantaron de la mesa, sintiendo el mal presentimiento que ahora se hacía innegable.

—Princesa Rhaenys... —comenzó Rhaenyra, pero fue interrumpida.

— Viserys está muerto —anunció Rhaenys, su voz grave y cargada de dolor. —Lamento está perdida contigo, Rhaenyra.

La Danza de Los SiglosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora