Capitulo X

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Año 126 d.C: ??

La noche en Roca Dragón había sido interminable. El dolor y la tristeza se cernían sobre la fortaleza como una niebla impenetrable. Daenerys no podía dejar de pensar en Rhaenyra, destrozada por la pérdida de su hijo, y también en los Verdes, celebrando su maldita victoria. Conocía a la Reina Alicent, solo necesitaba mirarla una vez para entender su ambición y crueldad. Sabía lo que estarían haciendo: regodeándose en el sufrimiento de Rhaenyra.

Cuando Daemon cruzó la puerta de la habitación, su presencia fue más pesada de lo normal. La serena compostura que siempre mostraba estaba ausente esta vez, y Daenerys lo notó de inmediato. Algo en su semblante era diferente, una tensión en sus movimientos, una furia contenida.

—¿Daemon? —preguntó, siguiendo sus pasos mientras él se dirigía hacia la cama, sus hombros cargados de una gravedad que no había visto antes.

Daemon no respondió. Se sentó pesadamente en el borde de la cama, su mirada clavada en el suelo, y dejó escapar un suspiro profundo, lleno de agotamiento.

Daenerys se acercó, preocupada, con la esperanza de poder aliviar algo de su sufrimiento. Con suavidad, colocó una mano sobre su cabeza, acariciándolo con el deseo de consolarlo. Pero él levantó la mirada y sus ojos oscuros se encontraron con los suyos, fríos y cargados de algo más que dolor.

Daemon se dejó acariciar, la atrajo hacia él y la abrazo con fuerza, junto a ella se sentía vulnerable.

— Creí que podríamos salvar a Lucerys. — La voz de Daemon se quebró, una grieta en su habitual máscara de dureza. Su mirada se perdió en algún punto del suelo, como si la tragedia aún se desplegara ante él, inmutable.

Daenerys, conmovida por su vulnerabilidad, se inclinó hacia él, buscando su mirada con suavidad. Sus manos se posaron en las mejillas de Daemon, acariciándolo con ternura, como si sus dedos pudieran sanar la herida invisible que compartían.

— No estaba en nuestras manos. — murmuró, intentando ofrecerle consuelo, aunque en el fondo, sentía la misma impotencia.

Daemon guardó silencio, su cuerpo parecía anclado al dolor, y Daenerys respetó ese instante, dejando que el silencio hablara por los dos. Finalmente, fue él quien alzó la mano, rozando su mejilla con un toque lento y cuidadoso, como si temiera que cualquier gesto abrupto pudiera romper la frágil calma.

— No sabía que no podías tener hijos. — su voz ahora era apenas un susurro.

Daenerys cerró los ojos, sabiendo que esas palabras no eran una acusación, sino una confesión de su propio pesar.

— Debí decírtelo. — confesó, con la voz baja y pesada de culpa.

Daemon exhaló un largo suspiro, uno que llevaba el peso de años de guerra, pérdidas y sueños rotos.

— ¿Sabes? Me aterra la idea de que no podamos cambiar nada. — comenzó, con un tono reflexivo que pocas veces usaba — Que el destino esté escrito en las estrellas, entre las nubes... con tinta invisible que jamás se puede borrar.

Daenerys lo observó con el ceño fruncido, sin comprender del todo sus palabras. Había algo en esa desesperanza que la inquietaba.

— ¿Qué quieres decir con eso? — preguntó, casi temerosa de la respuesta.

— Que la muerte de Lucerys, la muerte de Laenor... — hizo una pausa, el dolor cruzando su rostro — ...tal vez todo estaba predestinado. Como si estuviéramos atrapados en un ciclo inmutable.

Daenerys negó con la cabeza, pero una parte de ella compartía el mismo temor. Lo sabía, lo había sentido en su pecho, un eco lejano que resonaba con la verdad amarga de sus palabras. Si todo estaba escrito, ¿qué quedaba para ellos? ¿Qué lugar tendría ella en ese destino inalterable?

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⏰ Última actualización: Oct 12 ⏰

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