capítulo 16

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Leila

El cielo de Los Palacios estaba cubierto de estrellas, y el sonido de los fuegos artificiales aún resonaba en la distancia mientras bajábamos del cerro. Sentía el corazón lleno de emoción y la sonrisa no se me borraba de la cara. Pablo, con su tatuaje de Dellafuente en el brazo y esa forma tan sincera de ser, había logrado sorprenderme de una manera que jamás hubiera imaginado.

Volvimos a la feria, y aunque las luces y la música seguían, para mí todo parecía diferente. Caminábamos de la mano, y aunque lo habíamos hecho muchas veces antes, esta vez se sentía distinto. Había una conexión más profunda, una promesa de algo real.

—Vaya nochecita que me has dado —le dije, mirándolo con una sonrisa cómplice.

—¿Te ha gustado? —me preguntó, con esa mezcla de timidez y orgullo que lo hacía tan único.

—Más que gustarme, me ha encantao, Pablo. No sé ni qué decir. —Y era verdad, no encontraba las palabras para describir lo que sentía en ese momento.

Llegamos de nuevo a la caseta y allí nos esperaban nuestros amigos, todos con esa alegría típica de las ferias. Pero esta vez, todo el mundo parecía haber notado algo diferente entre nosotros. Las miradas cómplices, las sonrisas, los comentarios en voz baja. Sabían que algo había cambiado, aunque no lo hubiéramos dicho en alto.

—¡Ea, ya están aquí los tortolitos! —dijo uno de los colegas de Pablo con una risa burlona, y todos se unieron a las risas.

—Vaya tela, ya era hora que te decidieras, picha —añadió otro, dándole una palmada en la espalda a Pablo.

Yo, más roja que un tomate, me acerqué a la barra para pedir algo de beber, intentando disimular el sonrojo. Pero la felicidad que sentía era imposible de ocultar. Mientras me servían el rebujito, escuché cómo las niñas empezaban a susurrar entre ellas, mirándome de reojo y soltando risitas.

—¿Qué? ¿Ahora somos novios oficiales o qué? —me preguntó Carmen, una de mis mejores amigas, con una sonrisa traviesa.

—Pues sí —le respondí, y no pude evitar que mi sonrisa se ensanchara aún más.

—Ay, niña, ¡qué alegría! Si es que se os veía venir desde hace tiempo. Pablo está loquito por ti, y tú no te quedas atrás, ¿eh? —me dijo mientras me daba un abrazo lleno de cariño.

—Sí, bueno... Es que él... él es especial —le dije, tratando de expresar con palabras lo que significaba para mí.

Carmen asintió, como si entendiera perfectamente lo que quería decir sin necesidad de más explicaciones. Y es que en Los Palacios, en un pueblo tan chico, todos se conocían, y los sentimientos a veces no hacían falta decirlos en voz alta para que los demás los supieran.

El resto de la noche pasó entre risas, baile y brindis. Pero cada vez que Pablo y yo nos cruzábamos, había algo en nuestras miradas que hacía que el mundo a nuestro alrededor desapareciera por unos segundos. Sabíamos que habíamos dado un paso importante esa noche, y que lo que venía ahora era nuestro.

Antes de que la noche terminara, nos escapamos de la caseta de nuevo. Esta vez no fuimos lejos, solo hasta un rincón apartado donde las luces no llegaban tanto. Allí, bajo la luz tenue de la feria y con el eco lejano de la música, me acerqué a él y lo besé suavemente, dejándonos llevar por la calma de la noche.

—Gracias por todo, Pablo. De verdad, no sé cómo me aguantas —le dije en tono de broma, aunque en el fondo lo decía en serio.

—¿Cómo que no sé cómo te aguanto? Si eres tú la que me tiene a mí siempre dándole vueltas a la cabeza —me respondió con esa sonrisa suya que me derretía.

Nos quedamos en silencio un rato, disfrutando del momento, sin prisa, sin más necesidad que estar juntos. Era uno de esos momentos en los que todo parecía estar en su lugar, donde no hacían falta palabras porque el sentimiento lo decía todo.

—Te quiero, Leila —me dijo de repente, rompiendo el silencio.

Lo miré a los ojos, esos ojos que tantas veces había visto en el campo, concentrados y decididos, pero que ahora estaban llenos de ternura. Sonreí, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido.

—Yo también te quiero, Pablo. —Y en ese momento supe que no importaba lo que viniera después, porque estábamos juntos, y eso era lo único que necesitábamos.

Volvimos a la feria, pero ya no éramos los mismos que habían llegado al principio de la noche. Ahora éramos algo más, algo que solo el tiempo podría definir, pero que ya se sentía fuerte y real.

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