capitulo 18

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La noche en el hospital fue larga y pesada. Las horas parecían eternas, y aunque intenté dormir un poco en la silla junto a la cama de Pablo, el murmullo de los pasillos y el frío de la habitación hicieron que apenas pudiera cerrar los ojos. Cada tanto lo miraba, observando cómo, entre el cansancio y el dolor, trataba de mantenerse fuerte. Pero la tristeza en su expresión me dejaba claro que aún no terminaba de asimilar lo que estaba pasando.

A la mañana siguiente, el equipo médico nos llamó para darnos los resultados de las pruebas. El doctor, serio pero intentando ser empático, comenzó a explicarnos lo que habían encontrado.

—Pablo, la resonancia confirma una rotura del ligamento cruzado anterior —dijo con calma—. También hemos detectado una afectación parcial en el menisco interno, lo que complica un poco el pronóstico. Vamos a tener que realizar una cirugía de reconstrucción del ligamento y, posiblemente, intervenir el menisco. El tiempo de recuperación será largo, pero con el tratamiento adecuado y fisioterapia intensiva, es muy probable que puedas volver a jugar.

Pablo escuchó en silencio, su mirada fija en algún punto en la pared. Yo notaba cómo cada palabra se hundía en él, como si su esperanza se desmoronara más con cada detalle médico. La operación sonaba compleja, y aunque el médico intentaba darnos un poco de esperanza, la realidad era que el camino sería largo y difícil.

El médico continuó explicando los detalles de la operación y la rehabilitación.

—La cirugía es bastante común en lesiones de este tipo, y trabajaremos con uno de los mejores cirujanos de rodilla en el país. La intervención durará alrededor de dos horas, y después tendrás que usar una férula durante varias semanas para inmovilizar la pierna —explicó el doctor—. Luego, pasarás por una fase de fisioterapia intensiva para que los músculos vuelvan a tener fuerza y estabilidad.

Pablo apenas asintió, como si estuviera procesando cada palabra de forma mecánica. Yo tomé su mano y la apreté, queriendo que sintiera que estaba allí para él.

—Pablo, esto no va a ser fácil —dijo el médico con tono sincero—, pero con paciencia y esfuerzo, es posible que vuelvas a jugar. Vas a necesitar mucho apoyo y disciplina. Esto no solo será un reto físico, sino mental.

Una vez que el médico se fue, Pablo dejó escapar un suspiro, y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Podía ver la mezcla de miedo, frustración y resignación en su rostro, y sentí mi propio corazón romperse al verlo así.

—¿Por qué... por qué tenía que pasarme esto, Leila? —murmuró, rompiendo el silencio de la habitación—. Me siento... como si todo se hubiera acabado.

—No, Pablo. Esto no es el final. Es solo un obstáculo —le respondí, aunque yo misma sentía un nudo en la garganta—. Sé que ahora se siente como el fin del mundo, pero vas a superar esto. Y voy a estar aquí para ayudarte.

Pablo me miró, asintiendo débilmente, aunque en sus ojos veía la duda y la incertidumbre.

Cuando llegó el momento de la cirugía, los enfermeros empezaron a preparar a Pablo. Le pusieron una bata, y él se veía aún más pequeño y vulnerable. Mientras lo llevaban a la sala de operaciones, me pidieron que esperara en la sala de recuperación. Con el corazón en un puño, me di cuenta de que quería que su familia estuviera allí con él, así que decidí llamar a sus padres y hermana.

Busqué rápidamente el número de su madre, Aurora, y la llamé con ansiedad. No pasó mucho tiempo antes de que su voz, llena de preocupación, resonara en el teléfono.

—¿Leila? ¿Qué pasa? —preguntó, su tono inmediato lleno de inquietud.

—Aurora, soy yo. Pablo está por entrar a cirugía. Quería que lo supieras y que vinieras al hospital —respondí, tratando de mantener la calma en mi voz.

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⏰ Última actualización: Oct 30 ⏰

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