¨Quiero que vengas conmigo a un lugar.
Aún podía sentir el retumbar de su voz en mi cabeza, una orden disfrazada de invitación, como si supiera que la simple curiosidad no me permitiría rechazarla. Sin embargo, ahora que estaba aquí, de pie frente a él bajo la luz amarillenta de la farola, me preguntaba si había sido una buena idea.
—Puntual —dijo Adrián, con una sonrisa que parecía esconder algo más de lo que mostraba. Esta vez había tenido suerte, yo nunca llego pronto.
—Me muero de curiosidad por saber qué es tan importante como para sacarme de la cama —respondí, tratando de sonar relajada, aunque por dentro no podía evitar sentirme un poco nerviosa.
—Lo descubrirás pronto —respondió, echándose a andar con paso seguro.
A medida que caminábamos, sentía cómo la noche se cerraba a nuestro alrededor, envolviéndonos en una burbuja de silencio y expectativa. No me dijo a dónde íbamos, y aunque por momentos quise preguntarle, había algo en su expresión, en esa tranquilidad innata que irradiaba, que me hizo callar y seguir sus pasos en silencio.
La universidad, normalmente bulliciosa durante el día, se había transformado en un laberinto silencioso bajo el manto de la oscuridad. Las sombras parecían alargarse y adoptar formas extrañas mientras cruzábamos los jardines y edificios que conocía tan bien, pero que ahora, en la penumbra, adquirían una cualidad casi mística.
Finalmente, llegamos a un edificio que había visto de pasada, uno de esos antiguos, de piedra gris, que parecen haber estado aquí desde siempre. Adrián se detuvo frente a la puerta, un portal de madera pesada que parecía tener siglos de historia grabada en sus vetas.
—¿Adónde vamos? —pregunté, no pudiendo evitar sentir un escalofrío mientras él empujaba la puerta, que se abrió con un quejido bajo.
—Es una sorpresa —fue todo lo que dijo, cruzando el umbral con una confianza que contrastaba con la atmósfera sombría del lugar.
Lo seguí, sintiendo el aire frío y húmedo en el interior del edificio. Parecía un lugar olvidado por el tiempo, con pasillos largos y oscuros que se extendían como un laberinto. Mis pasos resonaban contra las baldosas de piedra mientras Adrián avanzaba por los corredores, girando en esquinas que parecían no tener fin. Finalmente, nos detuvimos frente a una puerta pequeña y desgastada, la cual abrió con cuidado.
La habitación al otro lado de la puerta era pequeña y estaba apenas iluminada por la luz de la luna que se filtraba a través de las ventanas cubiertas de polvo. Un escritorio de madera ocupaba el centro de la sala, y sobre él, una antigua máquina de escribir que parecía haber sido abandonada allí hacía décadas.
—¿Qué es este lugar? —pregunté, asombrada por el hallazgo.
—Un viejo archivo de la universidad —respondió Adrián, observando mi reacción—. Nadie ha estado aquí en años, pero pensé que te gustaría.
—¿Por qué me trajiste aquí? —insistí, sintiendo una mezcla de curiosidad y extrañeza.
—Porque este lugar tiene historias que contar —dijo, acercándose a uno de los estantes llenos de libros polvorientos—. Y creo que tú eres la persona adecuada para descubrirlas.
Me quedé mirando la máquina de escribir, sintiendo una conexión extraña con el lugar. Era como si todo en esa sala me estuviera invitando a sentarme y comenzar a escribir, a plasmar en papel los secretos que escondía. Pero antes de que pudiera decir algo más, Adrián sacó un viejo diario de cuero desgastado de uno de los estantes y lo colocó frente a mí.
—Esto es para ti —dijo, y en su voz había un tono serio, casi solemne—. Es un diario que alguien dejó aquí hace mucho tiempo. No está terminado... tal vez puedas completarlo.
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Catorce razones para volver
RomanceTenía esos ojos rasgados que, al reír, casi desaparecían, pero aún así lograban iluminar mi mundo. Su voz, una mezcla perfecta de dulzura y peligro, era la más excitante que había escuchado en mi vida. Y su sonrisa... esa sonrisa podía opacar al sol...