• Capítulo 9 .

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—¿Lo ves? —dijo Adrián, señalando la ventana mientras abría la puerta de aquel pequeño apartamento en el que llevaban semanas soñando—. Tiene justo la luz que necesitamos por las mañanas.

—Es perfecto —contesté, observando cada rincón, ya imaginando cómo sería nuestra vida juntos en ese espacio.

Adrián me miró con una sonrisa que ya se me hacía familiar, pero nunca dejaba de derretirme. Caminé hacia él y me apoyé en su hombro, admirando cómo los rayos del sol acariciaban el suelo de madera. El lugar estaba vacío, pero en mi mente ya lo veía lleno de muebles, libros y, sobre todo, de recuerdos por crear. Después de todo lo que habíamos pasado en estos casi dos años de universidad, este pequeño apartamento representaba una nueva aventura, algo que solo nos pertenecía a él y a mí.

—Entonces, ¿lo hacemos? —preguntó Adrián, girándose para mirarme a los ojos.—¿Nos mudamos aquí?—

Sonreí y asentí, emocionada. —Sí, nos mudamos.

Era oficial. Nuestro pequeño rincón cerca del campus iba a ser el nuevo escenario de nuestra historia. La idea de vivir juntos me llenaba de nervios, pero también de una emoción indescriptible. Sabía que con él a mi lado, cualquier reto sería más llevadero, cualquier día difícil se volvería más fácil. Íbamos a comenzar una nueva etapa, una mucho más íntima, donde no solo compartíamos nuestros días, sino también nuestras noches, nuestras rutinas, nuestras pequeñas manías. Todo.

Había algo mágico en cómo el tiempo parecía cambiar su ritmo cuando estaba con Adrián. Los días en la universidad se sucedían entre clases y trabajos, pero también entre momentos llenos de risas, charlas profundas y esa conexión que solo sentíamos cuando estábamos el uno frente al otro.

Después de entregar varios trabajos en mi última clase del día , Lana y yo decidimos buscar algo más. No era que la pizzería en Hollowridge nos hubiera cansado, sino que queríamos algo que nos ayudara a sentirnos más independientes en Ravensfield, y algo con una rutina, al fin y al cabo en Hollowridge solo trabajábamos en verano.

Con la experiencia que teníamos en la pizzería, no nos fue difícil conseguir trabajo en un pequeño restaurante de la ciudad. Era un lugar acogedor, con mesas de madera oscura y luces tenues que creaban un ambiente cálido, casi familiar. El dueño, un hombre mayor con un corazón enorme, nos recibió como si ya fuéramos parte de su familia.

—Siempre es bueno tener chicas con experiencia —nos dijo el primer día—. Aquí el ritmo es un poco más tranquilo, pero igual de intenso. Bienvenidas a bordo.

El trabajo no era fácil, pero lo disfrutaba. Me gustaba el ajetreo de las noches ocupadas, los pedidos de último minuto, y sobre todo, la sensación de estar construyendo algo propio, algo que me permitiría tener un poco más de libertad. Lana estaba igual de entusiasmada, y aunque sus estudios de medicina la mantenían ocupada, siempre encontraba tiempo para nuestros turnos juntas. Era nuestra manera de desconectar y, al mismo tiempo, ganar algo de dinero para nuestros planes futuros.

A medida que nos asentábamos en la nueva rutina, algo increíble sucedió en nuestro pequeño club de lectura. Después de meses de esfuerzo, la universidad decidió darnos una pequeña subvención. El trabajo que habíamos hecho en el viejo archivo había dado frutos, y ahora podíamos seguir mejorándolo, añadir más material, invitar a más alumnos y organizar eventos que atrajeran a estudiantes de diferentes carreras.

—Es una oportunidad increíble —dijo Eva mientras hojeaba los documentos de la subvención—. Con esto podemos hacer que el club crezca de verdad.

—Ya me imagino las estanterías llenas de libros nuevos —añadí, emocionada—. Esto es solo el comienzo.

Catorce razones para volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora