• Capitulo 7 .

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No sabía cómo recogerme el pelo esa mañana. El espejo reflejaba mi rostro, donde aún se notaba el cansancio de la noche anterior, pero había algo más: una emoción latente.

—Quizá es por la noticia,—pensé mientras me abrochaba la cazadora con movimientos automáticos, escuchando las risas y conversaciones de mi familia en el salón.

La noticia de que Oliver y Leila iban a ser padres había iluminado nuestras Navidades. Era algo que lo cambiaba todo, una razón más para celebrar.

Al salir del cuarto, me encontré con mamá, que me miraba con una sonrisa cargada de esa dulzura que solo ella sabía expresar.

—¿Lista? Todos estamos esperándote para ir a casa de la abuela —me dijo.

—Sí, sí, ya voy —respondí ajustando el cinturón de la cazadora.

Aún sentía el nudo en el estómago, la mezcla de felicidad por lo que vendría y de confusión por todo lo que tenía que dejar atrás.

Caminamos juntos hasta el coche, y mientras observaba el paisaje familiar, mis pensamientos volvieron, como siempre, a Nero.

Enserio Cora? Lleva tres meses desde que se fue sin darte una respuesta.

—De verdad que no hace falta que me recuerdes que llevo tres meses así— Me contesté a mí misma con amargura.

Tres meses evitando aceptar que no volverá, que me dejó sola con mis dudas.

Lo cierto es que ya había decidido algo: debía olvidarlo, dejar de torturarme con lo que pudo haber sido. Adrián, aunque diferente, era una presencia constante en mi vida, alguien que había estado allí, esperando pacientemente a que yo sanara. Quizás era el momento de dejarle entrar en mi corazón de una vez por todas.

—¿Estás bien? —preguntó mamá, mirándome de reojo desde el asiento del conductor.

—Sí, solo pensaba en la universidad —mentí, esbozando una sonrisa que no terminaba de llegar a mis ojos.

Las navidades pasaron como un suspiro. En casa de la abuela, los tíos, primos, y los amigos de siempre llenaban la sala de risas y charlas interminables. Había algo reconfortante en estar rodeada de mi familia, pero al mismo tiempo, una pequeña parte de mí no podía esperar a volver a Ravensfield, a la rutina, a mi mundo universitario.

—¡Vas a ser tía! —exclamó mi primo Pablo, dándome un codazo mientras nos servían el postre—. ¿Cómo te sientes con eso?

—¡Emocionada! —dije riendo—. No puedo esperar para malcriarla.

Los días se mezclaban en un remolino de celebraciones y visitas a las abuelas. Mi última parada antes de regresar a Ravensfield fue la casa de mi tía Ana. Siempre me había dado fuerza, y esta vez no fue la excepción. Nos sentamos en la cocina, con una taza de té en las manos, y me miró como si supiera todo lo que estaba pasando por mi mente.

—No puedes quedarte atrapada en el pasado, Cora —dijo con esa sabiduría que siempre tenía—. Tienes una vida por delante, y gente que te quiere. No dejes que los fantasmas te frenen.

Sus palabras se quedaron conmigo mientras hacía la maleta esa misma noche. Tenía razón, lo sabía. Al día siguiente, volvía a la universidad con un nuevo propósito: avanzar.

Cuando el tren me dejó en Ravensfield, el frío de enero me recibió con su abrazo helado. "Al menos el clima no ha cambiado", pensé mientras caminaba rápidamente por el campus, cargada con mi maleta. Me dirigía hacia mi residencia, cuando escuché una voz familiar a lo lejos.

—¡Cora! —Era Adrián, que se acercaba corriendo con una sonrisa enorme.

—¡Hola! —respondí, sintiendo una calidez inesperada al verle.

Catorce razones para volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora