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Desde que nací he oído distintos conceptos de amor. La verdad, yo prefiero quedarme con el que inventé yo cuando apenas era una adolescente de 14 años.

El amor, el amor verdadero, es cuando necesitas a alguien para sobrevivir, esa persona llena tu ser y sin él estás vacío. Pero la cuestión es que cuando te preguntan por qué te gusta esa persona no encuentras respuesta; simplemente es algo que te nace del pecho, sin una puta razón, sin un manual, sin instrucciones, sin preparación y mucho menos anestesia que logre aliviarlo.

Y eso fue él para mí; desde que entró en mi vida hubo un antes y un después. Nada volvió a ser igual. Y aunque él no fue mi primer amor, aunque después nos alejamos y no nos vimos más, seguía siendo él.

Aquel día, cuando lo volví a ver, era como otro cualquiera. Iba manejando a Pleitesía y me había bajado del auto frente a un puestico callejero para comprar algo de desayunar. Cuando tuve mis hamburguesas en mano y di la vuelta para volver al auto y lo vi.

Un hombre moreno, alto, de cabello oscuro corto y ese lunar en el ojo; me aparté para que pasara a comprar y me le quedé detallándolo. Era él, lo sabía.

Le toqué la espalda para que me mirara, para que me reconociera.

-Hola -dije con una sonrisa bobalicona esperando su reconocimiento.

Me miró y, con una pequeña sonrisa, me devolvió el saludo. No me reconoció y una pequeña cosa se rompió en mí.

-Cristian -lo llamé por su nombre, pero antes de que me pudiera contestar, todo pasó muy rápido.

Tiros y gritos; se rompieron los cristales del puestico a nuestro lado, las balas a nuestro alrededor. Él se tiró al piso, no antes de agarrarme el brazo y arrastrarme detrás de un auto para resguardarnos.

No podía oír muy bien. Me preguntó cómo estaba, pero estaba tan consternada que no pude responder; me miró de pies a cabeza y solo fui consciente del agujero en mi estómago porque él oprimió en este para evitar la salida de sangre. No me dolía; estaba anonadada y, mientras me decía cosas que parecían gritadas desde otras galaxias, detallé cada parte de su rostro.

No lo reconocería por ser el chico que una vez amé; el paso de los años se notaba y la verdad es que, justo como nos decían cuando niños, él era el más parecido de sus hermanos a su papá. Su piel morena, con un cuerpo con mucho más volumen que de joven; diría que atlético para su edad. Su cara era más gorda, pero sus rasgos se mantenían igual.

Y de ahí todo fue oscuridad.

Desperté en el hospital un poco desorientada; cuando traté de pararme me dolió el estómago y emití un pequeño ruido de dolor que hizo darse cuenta a mi acompañante de que ya había despertado. Corrió a mí y me besó.

Me besó los labios; no era como esperaba nuestro reencuentro y la sorpresa fue tanta que al principio no reaccioné; solo se me escaparon unas pequeñas lágrimas. Y cuando por fin empecé a mover mi lengua en un jugoso baile con la suya, como hicimos tantas veces, todo mi cuerpo lo recordó y necesitaba más que un beso, mucha más profundidad. Cuando traté de abrazarlo para unir más nuestros cuerpos solté un gemido de dolor y se separó.

Al alejarse pude notar la preocupación en sus ojos; había llorado. Tenía la respiración entrecortada, tal vez por el beso o por todos esos sentimientos que se hicieron sentir.

-Alma, lo siento tanto -me dijo y se acercó esta vez para besarme la frente y abrazarme.

-Nada de esto es tu culpa, mi amor -le respondí de inmediato; su abrazo me dolía, pero estaba siendo justo en ese momento mi lugar seguro.

-Cogeré a los cabrones que te hicieron esto; gracias a Dios la bala no tocó ningún órgano importante y pudieron sacarla sin complicaciones, pero pudiste haber muerto entre mis brazos desangrada -dijo y supe que creía que era su culpa.

-¿Cuánto te tardaste? -pregunté y al ver que no entendía mi pregunta la reformulé-. ¿Cuánto te tardaste en reconocerme?

-Te acompañé en la ambulancia, y allí te tuvieron que quitar la blusa y vi los tatuajes. No podía creer que eras tú, así que tomé tus papeles de tu bolso y es que aún no lo creo.

-De todas las maneras que esperaba nuestro reencuentro, en donde me tiroteaban nunca fue mi favorita -le dije bromeando.

-Alma, te prometo que de ahora en adelante estarás a salvo, esto no volverá a pasar -juró, más para él que para mí.

-No prometas cosas que no puedes cumplir; sabes que esas promesas no cumplidas son las que más me hacen daño -le respondí pensando en todos los momentos malos que pasé sola, cuando él me prometió que siempre estaría.

-Hola, ya veo que estás despierta -dijo una enfermera adentrándose en la habitación-. Hay otros oficiales afuera, señor Dress, y usted tiene a un hombre muy preocupado afuera esperando a que se despierte -dijo mirando a Cristian y después a mí.

Cristian me miró por unos segundos y, después de que le asintiera, salió. Cuando entró Max, la enfermera también se había marchado.

-Estaba muy preocupado; cuando me dijeron corrí para acá -despotricó Max, tan rápido como siempre era su usual forma de hablar.

-¿Le has dicho algo a Alejandro? -pregunté primero por lo más importante.

-No -me dijo mirándome de pies a cabeza para saber mi estado.

-¿El bar está trabajando? -pregunté como la jefa imponente que era.

-No -respondió mirándome a los ojos.

-¿Por qué? -ese era un día importante y lo sabía.

-Tuve que cerrarlo al venir para acá; no quise dejarlo solo -maldita mierda, pensé.

-Sabes que hoy había un evento importante; además, tenemos empleados, no se quedaría solo. Y no era necesario que vinieses, estoy bien como puedes ver.

-Estaba preocupado -dijo entre dientes, enojado como un niño al que mamá regaña pero cree que tiene la razón.

-No me importa una mierda si estabas preocupado; te tengo como contacto de emergencia para si me pasa algo, te quedes cuidando en el bar, que para eso te tuve la confianza de hacer mi segundo y por eso te pago. Si quisiese alguien que se preocupase por mí, hubiera llamado a mi mamá -dije sin contenerme; la verdad tenía una buena relación con Max, pero como su jefa le iba a pedir el 200 por ciento siempre.

-Tienes razón -se limitó a decir.

-Sé que tengo la maldita razón. ¿Dime quién pagará la remuneración por el evento de hoy que cancelaste? ¿Y al remunerar el pago cómo costearemos los gastos adicionales que traen estos eventos? ¿Los tendré que pagar yo? -pregunté bastante alterada subiendo el tono de voz.

-¿Oye qué pasa? ¿Quién es este? Los gritos se oyen afuera -dijo Cristian al entrar en la habitación y mirando receloso a Max.

-Max es mi pareja y estábamos discutiendo respecto a que me quiere poner un guardaespaldas porque dice que las calles son peligrosas, pero me niego -dije mirando a Cristian; nos sostuvimos la mirada por unos minutos, mientras se ensanchaba mi sonrisa; había dado en el clavo. Max solo se mantuvo callado a un lado.

-Creo que tu esposo... -empezó Cristian.

-Pareja -corregí sonriendo.

-Eso mismo, tiene la razón en querer protegerte. Si tú fueras mía, te tendría protegida de todo y de todos -me relamí los labios encantada; sé que estaba mal mentirle, pero siempre fui la mala y vengativa de la relación, y esa era mi manera de vengarme por no reconocerme al instante.

-Max, mi amor, este es Cristian, un viejo amigo -este alzó su brazo receloso y pude notar cómo se contraía su mano con el apretón que le daba el amor de mi vida. No pude evitar reír; esa faceta celosa de Cristian que me encantaba revolver seguía ahí.

-Me tengo que ir, y te prometo que la próxima vez que nos veamos esos hijos de puta estarán en la cárcel o muertos -dijo Cristian; se acercó y dándole la espalda a Max me besó en la comisura del labio.

Se marchó sin siquiera darme su número, pero seguro él habría tomado el mío. Había tantas cosas que quería hablar, pero solo podía esperar a que se comunicara conmigo.

PleitesíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora