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Los días fueron pasando y, aunque sea difícil de creer para una vida como la mía, con un bar donde realizaba fiestas sexuales, los días se hicieron rutinarios.

Max era el que mantenía la estabilidad; seguía siendo mi mano derecha en cuestiones de seguridad, contabilidad y organización del bar, pero Leonard era la cara, el animador y promocionador del lugar.

Seguía en contacto con Poe, que siempre venía con amigos los viernes. De hecho, el viernes del incidente él sí estaba en el bar, lo que, como le había dicho a Max, sería en la zona de atrás y cuando llegó Leonard volví a la oficina; no nos habíamos cruzado.

Había pasado un mes y medio y ya solo me encargaba de supervisar y llevar cuentas, ya que no tenía ni la necesidad de ir a la zona de atrás a animar el ambiente, pues de eso se encargaba Leonard. Así que decidí irme con mi mamá a visitar a Alejandro.

Pasé todo un mes fuera y volví renovada y llena de vida, como siempre me pasaba cuando estaba con Alejandro. Lo único que me molestaba era la situación con Cristian, de la cual no había tenido el valor de hablarle a mi familia aún.

Era un sábado en la noche cuando volvería a Pleitesía. No había dado noticias de mi regreso, aunque seguro Max estaba enterado ya que mantenía una gran relación con Alejandro.

Me vestí de rojo, un vestido ceñido al cuerpo, collar y pulsera de oro, tacones rojos que me hacían lucir unos centímetros más alta y volví con el cabello ondulado, como me era natural de pequeña.

Cuando entré a la zona VIP de Pleitesía, Max me vio de inmediato y me saludó para darme un discurso de cómo fue todo en el último mes, con palabras atropelladas como siempre. Todo estaba perfecto, tal y como lo había dejado.

Me dirigí a la parte de atrás y cuando entré me gané todas las miradas; dos esmeraldas brillaron ante mi presencia y corrió a besarme en la boca como bienvenida después de darme vueltas como un loco en medio de la sala.

—Diosa, como te he extrañado; has vuelto más hermosa si es que eso es posible.

Después de saludarlo, mi mirada se cruzó con la risa descarada que siempre me brindaba y esos ojos plomizos de Leonard.

—¿Sigues siendo un hombre que no desea ser exclusivo? —pregunté con una sonrisa.

—¿Y tú? ¿Tu intención es hacer que olvide que eres una mujer mayor? —Los dos reímos. Éramos, de alguna manera extraña, amigos, aunque sus ojos me volvían loca de maneras que no iba a admitir.

De repente se cortó la magia del momento; ya no reíamos juntos. Leonard tenía su risa pícara y, como misma vino, se marchó después de que jadeara por la mordida que recibí en el cuello.

Cuando me giré, era una mujer la de la mordida; se besaba con Poe y me hacía señas para que me uniera. Nos terminamos dando un beso de tres. Y cuando nos despegamos, me di cuenta de que era una de las mujeres de Antoni, en específico la que me dijo que a quien tenían envidia era a mí.

¿Llegamos a hablar? No.

Solo recuerdo que me dieron una copa, Poe besándome y de ahí diciéndome para ir a un lugar más privado.

Nos fuimos con ella y pasamos la noche juntos. Al despertar solo tenía a Poe a mi lado.

—¿Mi diosa, cómo estás? —me dijo como buenos días el pintor acostado a mi lado.

—De maravilla. ¿Y tú? ¿Ningún amor aún que venza tu devoción por mí?

—Nunca.

—Querido, no sabes cuánto he oído eso; personas que destilaban amor verdadero y solo uno fue verdadero y único para mí —dije sincera. Ambos estábamos mirando al techo del cuarto mientras descansábamos al lado del otro.

PleitesíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora