La luz de la mañana se filtra suavemente a través de las cortinas vaporosas, su cálido abrazo proyectando un tono dorado en la habitación. A medida que los primeros rayos de sol se extienden, tejen delicados patrones en el suelo de madera, iluminando el santuario que se ha convertido en el corazón de su existencia compartida.
Hanni se despierta con la suave calidez del toque del sol y la reconfortante presencia de Haerin a su lado. La cama, vestida con sábanas blancas y frescas, se siente como un capullo. La habitación está quieta, manteniendo el silencio pacífico que define sus mañanas, donde el mundo exterior permanece como un eco lejano.
A medida que el sol asciende, su luz se desplaza, proyectando un brillo dorado sobre el espacio. Las paredes, pintadas en tonos calmantes de crema y tierra, proporcionan un telón de fondo sereno, mientras que el delicado verdor de las plantas en macetas añade un toque de la tranquila belleza de la naturaleza. Hanni observa cómo las hojas de las plantas se balancean ligeramente con la brisa que entra por la ventana abierta, su sutil movimiento es un recordatorio de la vida y la vitalidad dentro de estas paredes.
La cocina, su dominio compartido, es una extensión de la tranquilidad que llena su hogar. Los mostradores están impecables, pulidos hasta lograr un suave brillo, y el aroma del café recién hecho llena el aire, mezclándose con el tenue olor de las hierbas frescas del pequeño jardín en la ventana, el que Hanni cuida con tanto esmero.
Haerin se mueve.
"Odio eso," murmura, su voz entrelazada con un quejido.
Hanni, aún adormilada, se incorpora apenas, apoyándose en los codos. "¿Qué odias, mi amor?"
"Ese olor," Haerin finge una arcada dramáticamente. "Espresso."
Hanni emite un suave murmullo pensativo.
Se desplaza más cerca, sus dedos rozando la calidez del hombro de Haerin mientras se inclina, sus labios rozando suavemente la delicada curva del cuello de Haerin. El toque es suave, un susurro tierno contra su piel.
Su nuca, tan sensible e íntima, responde bien a la suave presión de los besos de Hanni. Ella deja que sus labios se queden por un momento, saboreando la cercanía. Los besos son lentos y deliberados, cada uno un suave empujón para despertarla más.
"Me gusta. El café es bueno, simplemente tu paladar no es lo suficientemente refinado."
No le importa el café. Evidentemente.
"Estaba triste, ¿sabes?" Haerin susurra. "Por lo de anoche."
Hanni inclina la cabeza como un cachorro confundido.
"El martes, dijiste que pasado mañana. Hoy es viernes. Pasado mañana llegó y tú... bueno, no llegaste."
"¿No llegué...?"
"No viniste."
Hanni asiente, sus labios formando una línea, una arruga en su rostro mientras aparta suaves mechones cobrizos del rostro de Haerin. "Eso es inapropiado."
"Te deseo."
"Sabes, necesitamos usar la albahaca pronto. Ahora tengo una buena receta de pesto, y el parmesano debe irse de todas formas."
"Unnie," Haerin hace un puchero.
"Está bien. Podemos hacer carbonara mañana. Sé que lo querías, pero no puedo desperdiciar buena albahaca."
"Hanni."
"Lo siento," la disculpa de Hanni queda suspendida en el aire como un hilo frágil, su voz temblando con incertidumbre mientras fuerza una sonrisa, una de esas que nunca llega a sus ojos. Hanni presiona su frente contra la de Haerin, un gesto destinado a consolar, a mantenerlas a ambas en el momento. Pero Haerin siente la tensión en el ceño de Hanni, la sutil arruga que delata su inquietud, el ligero temblor en su respiración que habla de dudas.