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Gracie Hills.

Car's Outside - James Arthur

Ha pasado una semana desde que conocí a los padres de Darell.

Es difícil pensar que no me había hablado mucho de ellos antes, pero tenía cierto sentido. Su familia era, en muchos aspectos, una familia normal, sin grandes conflictos o malentendidos que destacarán. Y eso me gustó. No todas las familias tienen que estar marcadas por problemas para ser interesantes. Eran una familia pequeña, pero sólida y segura. Me cayeron bien, aunque no estoy segura de haber causado la misma impresión en ellos.

Silencio. Eso era todo lo que necesitaba en ese momento. Llevo tres días aquí, y la diferencia entre estar en un solo lugar y estar constantemente viajando es notable. Mis ojeras, que antes eran mucho más pronunciadas, han disminuido considerablemente. También siento que tengo un poco más de energía. Esta mañana corrí por las zonas cercanas a donde vive Darell. Es un pueblo pequeño, a las afueras de la ciudad, y hay algo en su tranquilidad que me ha hecho sentir más en paz, más en sintonía conmigo misma. Regresó a la casa. Entro y está estirado Darell en el sofá, mirando su móvil. Me siento a su lado, mientras trato de recuperar un poquito de aliento.

—¿Qué tal la mañana?—me pregunta.

—Bien. Hacía tiempo que no corría—le respondí.—Huelo a sudor, no te acerques mucho.

—Me da igual, Gracie. Déjame besarte.

—¿No te da asco?

—¿Besar a mi novia sudada? No. Dame un beso.

Me da un beso. Simplemente pase de darle un beso a la ducha. Era evidente que me estaba encontrando como una mierda. Me meto en la ducha, dejando que el agua caliente corra por mi piel. No puedo evitar que mi mente empiece a divagar. Pienso en todo: en mí, en mamá... en que estos podrían ser mis últimos días aquí. No estaba preparada para lo que se avecina, para los cambios que la vida me ha lanzado sin previo aviso. Siento que algo en mí ha cambiado, que ya no soy la misma persona que era hace unos meses. Todo parece estar hecho de una tela nueva, como si me hubieran vuelto a tejer, capa por capa. La vida sigue su curso, y yo, de alguna manera, también lo hago, adaptándome a la nueva realidad que se presenta ante mí.

Mi nueva realidad es aceptar que Gabriel no está conmigo. Y, cada día, me tengo que esforzar para mejorar y amar correctamente a las personas que me aman.

Salgo de la bañera envuelta en una toalla. Me incliné hacia adelante, apoyando las manos en el borde del lavabo para acercarme al espejo. La bruma cálida de la ducha todavía nublaba un poco el vidrio, pero pude ver mi reflejo lo suficiente como para fijarme en cada detalle. Mientras me examinaba, sentí a Darell acercarse silenciosamente por detrás.

Se detuvo justo a mis espaldas, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo irradiando hacia el mío. Mi piel se erizó en el mismo instante en que noté el contacto sutil de su pecho desnudo contra mi espalda.

—Han disminuido mis ojeras—le digo.

—Estas igual de guapa que con ellas—me dice, y me toca el cabello mojado—Creo que me vas a matar, Gracie. Pero, me gustaría follarte aquí.

—¿En el baño?

—Si.

Sentí sus manos deslizarse por mis muslos, luego dejó caer la toalla al suelo con un suave movimiento. Antes de que me diera cuenta, también había bajado su ropa interior. Abrió el cajón y sacó un condón, y de un solo empujón, se hundió en mí. Contuve el aliento, mi mandíbula se tensó, tratando de mantenerme quieta por un momento. Cuando empezó a moverse, el contacto me arrancó un gemido. Cada embestida lo sentía profundamente, mientras él se mantenía firme, constante. Clavé mis uñas en su espalda, buscando algo a lo que aferrarme mientras me movía sobre él, dejándome llevar por la intensidad del momento. Necesitaba ese orgasmo, algo que liberara todo el estrés acumulado, algo que me hiciera sentir como si volara hasta la luna. Su respiración se volvió entrecortada, y cuando ambos llegamos al clímax, salió de mí, dejándonos a los dos temblando por la intensidad del momento.

Todas las estrellas que nunca tocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora