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Hay un capítulo extra

Gracie Hills.

Muchas veces en la vida hay que encontrar la manera de poder equilibrar las emociones, de lo contrario todas ellas arrasarán contigo con lo peor.

Anoche había sido la segunda vez que lloraba desde que llegué y lo había hecho enfrente de unos chicos que no conocía lo suficientemente bien, pero que caían mejor que unos amigos de toda la vida.

Y por desgracia, hoy se marchaban.

En apenas en tres horas tendrían que coger el primer vuelo a Oslo, y yo volvería a quedarme sola. No me preocupa quedarme una noche más sin compañía, porque había estado ahí sola durante los primeros días de la semana, y al día siguiente yo también me marcharía, cosa que no me agrada en absoluto, tendré que volver a casa. Lo odio, lo odio y lo odio. No me agradaba en absoluto pensar que tendré volver a mi vida, a mis mierdas y a mis heridas, y también no había aprovechado nada de este viaje. Había pasado los días quejándome y sintiéndome mal, sin disfrutar realmente de la experiencia.

No podré culpar a nadie esta vez.

Todo está despejado, es domingo y la mayoría de tiendas están cerradas. Desayuné sola en la caravana y luego me duché. Salí en busca de los chicos en su zona. Entré y no había ni rastro de Darell. Adam estaba revisando lo que los chicos habían grabado ayer en el crucero, y Oliver, simplemente, estaba durmiendo. Se le hará largo el viaje.

—Nadie había dicho que la gata iba a volver a aparecer—grita Adam.

—¿Te estás quedando conmigo?

—No hablo de ti. Hablo de la gata que se nos coló las noches pasadas.

—¿Dónde está ahora?

—La he tenido que sacar a patadas porque me ha arañado todos mi brazo—se quejó y me ignoró.

Adam era el encargado de revisar todas las grabaciones de los chicos y de almacenarlas en su portátil para asegurarse de que no se perdieran, antes de enviarlas a la empresa con la que trabajaban. No lo conocía tan bien como a Oliver y Darell, quienes estuvieron conmigo ayer. Pero Adam, después de verme llorar y todo el drama de anoche, simplemente se retiró a dormir sin importarle una mierda. Me dio la sensación de que era un chico que pasaba completamente de todo lo que le rodeaba. Parecía vivir en su propio mundo, en sus fantasías, y quizás, algún día, si despertaba de ellas, se llevaría un golpe bastante duro en la cabeza.

O será que me odia.

—¿No te aburre estar todo el día archivando videos y guardándolos? —le pregunté, curiosa por su dedicación al trabajo.

—No. ¿Y a ti no te aburre estar sin hacer nada en tu vida? —respondió con calma, desafiando mi insinuación.

—Mmmh... No —contesté con un tono de ironía, reconociendo la indirecta pero sin dejarme amilanar.—¿A qué hora tenéis el vuelo?

—Doce de la noche, ¿me puedes pasar el pendrive de esa cámara?—me pregunta y accedo hacerlo.

Entre todas las cosas que estaban allí, encontré la misma cámara que habían usado ayer, y resultó ser de Darell. Aunque me habría gustado capturar un poco más de momentos, una sensación de vergüenza y el hecho de que Adams parecía estar de mal humor conmigo me hicieron decidir no cogerla.

—¿Cuánto tiempo piensas que tardó en revisar y verificar todos estos treinta vídeos? —pregunta.

—Tres horas —respondí.

—No.

—Dos horas.

—Una hora y media. A veces suelo tardar media hora porque estos inútiles no graban mucho —me dice.

Todas las estrellas que nunca tocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora