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Gracie Hills.

¿Mamá, sabe que tengo novio?

No estoy exagerando. Cada parte de mi cuerpo está quejándose. Estoy demasiado cansada. Apenas siento mi cuerpo y me duelen hasta las pestañas. Incluso respirar se siente como un esfuerzo monumental. Obro los ojos. Nadie estaba a mi lado, ni siquiera ese chico que parecía un ángel anoche. Me moví inquieta en la cama y miré a mi alrededor. No había maletas por ninguna parte y, por supuesto, tampoco la mía. Me levanté rápidamente, sintiendo la incomodidad de no llevar puesta la ropa. Mierda. Me envolví en una sábana y me dirigí a la puerta del baño, pero nadie respondió cuando toqué. Encontré un albornoz y me lo puse apresuradamente. Miré la cama de los chicos, pero no había rastro de ellos.

Es extraño, nunca se irían sin mi a ningún lugar y menos Darell después de lo de anoche.

Alguien tocó a la puerta y la abrí.

—Checking out—anunció la señora de la limpieza.

—¿Perdón?—respondí, aún medio sorprendida.

—Tengo que limpiar la habitación, señorita. Por favor, date prisa en vestirte.

Miré de nuevo dentro de la habitación, y terminó asintiendo en silencio. Cerré la puerta detrás de mí y comencé a rebuscar entre la ropa dispersa, intentando encontrar algo que pudiera ponerme. No quiero mentir. Estoy por entrar en un ataque de ansiedad y no sé muy bien por dónde empezar a asimilar todo lo que estaba pasando. Mi móvil estaba en la mesilla de noche, así que me acerqué, y lo encendí. No he recibido ni un mensaje. Sin embargo, al lado del teléfono había una pequeña nota.

"Cuando leas esto, date prisa porque estamos esperándote y llegas dos horas tarde. Y tenemos tu maleta. Atentamente: tus hermanos por el mundo. Vale, que sí. Menos Darell."

Seguro que la nota la escribió Adam.

Respiré profundamente sonriendo, guardé la nota en el bolso y salí rápidamente de la habitación del hotel. Bajé en el ascensor y, al llegar al vestíbulo, los vi. Estaban sentados en un rincón, jugando con el móvil y discutiendo entre ellos sobre el juego. Darell es el primero en verme y se acerca. Mierda, de pronto me siento avergonzada, especialmente después de lo que pasó anoche. Se queda parado frente a mi. Quiere hablarme, decirme alguna palabra pero solo, lo pillo mirándome. Sus ojos se detienen en mis labios y sonríe. Me pregunto qué estará pensando. Tal vez acostarnos no fue buena idea. No creo que sea eso. Porque, que yo recuerde, no fue mala noche. Joder, joder, joder. Me acaba de pillar despistada.

—Dejame adivinar, has pensado en que te hemos dejado sola y casi nos ibas a matar—dice curioso.

—No tengo por qué pensar tal cosa—logre susurrar.

Por dentro estaba temblando. Esta vez, no solo por unos besos, sino porque habíamos compartido algo mucho más íntimo. Algo que para muchos podría ser solo una noche más, pero para mí era diferente. Había sido algo hermoso y significativo, algo que me hacía sentir única, renovada y especial. Me da vergüenza cualquier mirada suya. No sé porqué pongo una cara seria, deprimida. Bueno, en realidad llevo con esa cara desde el primer día.

Le veo jugar con los papelitos del mostrador del hotel.

—¿Has pasado una mala noche?—me pregunta.

Oh mierda. No, no. ¿A quién coño quiero engañar? Me ha encantado la noche, pero no encuentro las palabras adecuadas para decirlo.

—No he pasado mala noche.—susurré al final.

—¿Eso significa que ha sido una buena noche?—me mira, curioso.

—¿Quieres hablar del tema?—le pregunté, tímida.

Todas las estrellas que nunca tocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora