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Gracie Hills.

¿Un bonito error, no?

El último día en Bali había comenzado de una manera que me resultaba demasiado familiar. Los chicos se habían despertado temprano para ir a hacer actividades y grabar el documental. Darell también se había ido con ellos. Habían vuelto recién y estaban entretenidos trabajando. Mientras que yo seguía sin salir de la habitación.

Sin muchas ganas, me levanté lentamente, sintiendo el peso de la noche anterior sobre mis hombros. No tenía hambre, pero sabía que necesitaba comer algo. Me obligo a caminar hacia la cocina, donde solo encontré un bol de frutas frescas. Salí de la cocina y me senté en la mesa, la luz suave de la mañana entrando por la ventana. Adam está editando los videos que habían grabado para guardarlos, mientra que Oliver está mirando videos en su móvil. Tomé una manzana y la mordí sin ganas, tratando de encontrar algún consuelo en su dulzura. Miré alrededor: una camiseta olvidada en el sofá, un par de zapatillas cerca de la puerta, y cámaras cargando para grabar. Darell está duchándose, Elisa y Charlotte en la cocina, hay demasiado silencio para lo activados que son todos.

Después de un rato, escuché un par de truenos. Seguro que terminara lloviendo hoy. Mi cuerpo se sentía pesado, eso me pasa por no hacer gran cosa y estar todo el día deprimida o pensado demasiado en las cosas. Pensar agota, y lo he comprobado.

—¿El estrés cansa rápidamente un cuerpo? —le pregunté a Adam.

Adam levantó la vista de su portátil y me miró con una expresión de comprensión.

—Sí, el estrés es agotador. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque me siento agotada. Siento que no hago nada y aún así, estoy siempre cansada —respondí, suspirando.

—Tampoco es fácil llevar la vida que llevamos, nadie viaja tanto en un mes seguido, como nosotros lo hacemos—me dijo y miro lo que comía—¿Vas a terminar esa fruta?

—No, ¿La quieres?

—Sí.

Se la di, y me quedé sentada a su lado.

—¿Sabes qué es lo más extraño de estar aquí? —empezó él, mientras se acomodaba en la silla—. Que a veces siento que todo es un sueño. Como si estuviéramos viviendo en una película y mañana despertáramos en nuestras vidas normales, con todas sus complicaciones. No veo la hora de pirar a casa y aún quedan dos meses.

—Es una sensación rara, ¿verdad? —respondí, buscando algo de confort en sus palabras.

—Creo que es Ball. Es normal. Tiene esa magia, esa capacidad de hacerte sentir que todo es posible y, al mismo tiempo, que nada importa. Es como un oasis para los sentidos y la mente.

—Sí. Pero, ¿y luego? ¿Qué pasa cuando todo esto termine? —pregunté, sintiendo un nudo en la garganta.

—Entonces, buscaremos otro oasis —dijo Adam con una sonrisa tranquila. —La vida es eso, Gracie. Una serie de oasis y tormentas.

—Eso suena a algo que diría Darell —comenté.

—Es porque es algo que Darell diría —replicó Adam con una sonrisa cómplice. —Pero también es verdad. Y yo creo que lo sabes.

Me recosté un poco más en la silla. No necesitaba muchas palabras más. Estar aquí, con ellos, ya era suficiente. Y además, son mis mejores amigos y los únicos que tengo, junto a Sara que me habla una vez a la semana o se olvida de que existo.

Adam sacó un papel arrugado de su bolsillo y lo alisó sobre la mesa.

—¿Qué es eso? —pregunté, curiosa.

Todas las estrellas que nunca tocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora