SETH
Me desperté lentamente, el suave sonido de la respiración de Alana llenando la habitación. Giré la cabeza para mirarla y no pude evitar sonreír. Aún dormida, se veía increíblemente hermosa. Su cabello oscuro se esparcía sobre la almohada como un halo, y su rostro tenía una tranquilidad que contrastaba con el caos que a menudo sentía en mi vida. Siempre había sido así, como un rayo de sol en medio de una tormenta. Con ella, todo parecía más brillante, más fácil, aunque sólo fuera por un momento.
No podía evitar quedarme mirándola, asombrado por lo perfecta era, incluso en sus pequeños gestos. La luz del amanecer se filtraba por la ventana, iluminando su piel suave y sus labios ligeramente entreabiertos. Era como si cada detalle de ella fuera una obra de arte diseñada para calmar el caos en mi mente.
Finalmente, me obligué a levantarme, con cuidado de no despertarla. Necesitaba un momento a solas para pensar, para procesar lo que estaba pasando. Sabía que Alana se preocupaba por mí, pero también sabía que tenía que enfrentar mis propios demonios. Me dirigí a la cocina y comencé a preparar el desayuno, quería sorprenderla con algo simple: huevos revueltos y tostadas. Era lo único que sabía cocinar bien.
A pesar de lo que habíamos compartido anoche, esa sensación de vacío seguía ahí, persistente, como una sombra que no podía sacudirme. La tristeza seguía instalada en mi pecho, un peso que no desaparecía. Pero Alana... ella siempre encontraba la manera de recordarme que había algo más, que había luz incluso en los días más oscuros.
Mientras rompía los huevos en la sartén, pensé en lo afortunado que era de tenerla en mi vida. Ella era la única constante en medio de todo. Siempre estaba allí, siempre me apoyaba, incluso cuando yo no sabía cómo sostenerme.
Justo cuando los pensamientos comenzaban a arremolinarse en mi mente, el sonido de golpes en la puerta me sobresaltó. Dejé caer el tenedor que tenía en la mano y me giré hacia la entrada. ¿Quién podría ser a esta hora?
Me limpié las manos en una toalla y me dirigí hacia la puerta, sin un muy bien presentimiento. En cuanto la abrí, y mi corazón se hundió cuando vi quién estaba del otro lado. Mark White, el padre de Alana, estaba allí, con el rostro tenso y los ojos llenos de una furia que reconocía demasiado bien. Sin mediar palabra, empujó la puerta con fuerza, entrando en mi apartamento sin esperar una invitación.
—¡Seth! —gruñó, cerrando la puerta de golpe detrás de él—. Te lo advertí. Te lo advertí muy claramente. ¡Prometiste que te alejarías de Alana!
Sentí un nudo en el estómago, pero me mantuve firme. Mark siempre había sido una figura intimidante, alguien con quien no se podía razonar cuando estaba enojado. Pero no podía retroceder, no ahora.
—Mark, yo... —intenté hablar, pero él me interrumpió, levantando una mano para callarme.
—¡No quiero escuchar tus excusas! —gritó, su voz resonando en todo el apartamento—. Me prometiste que la dejarías en paz, que te mantendrías alejado de ella. Sabía que no eras de fiar. Sabía que esto iba a pasar.
Me mantuve en silencio, tratando de no dejar que sus palabras me afectaran. Sabía que estaba actuando así porque se preocupaba por Alana, pero también sabía que estaba equivocado. Yo no era el mismo de antes. Ya no formaba parte de ese mundo oscuro del que tanto me costó salir.
—¡Lo juro, Mark! —intenté defenderme—. No quiero hacerle daño. Sólo quiero estar con ella, ayudarla...
—¡Mentiras! —Mark me interrumpió de nuevo, su voz cada vez más alta—. ¡Eres peligroso, Seth! ¡Tu vida está llena de problemas, y no quiero que arrastres a mi hija contigo!
ESTÁS LEYENDO
Dime Que Me Amas (3)
General FictionTodo parece ir cuesta abajo. Desde lo sucedido aquella noche, Alana no puede dejar de pensar que alguien se oculta entre la sombras para hacerle daño. Mas mentiras salen a la luz, y el amor entre Seth y Ali es puesto a prueba una última vez. Para se...