🌻Noticia 🌻

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No sabía cuánto tiempo había pasado desde que William me llevó

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No sabía cuánto tiempo había pasado desde que William me llevó. Los días se mezclaban, se desdibujaban en un interminable ciclo de desesperación y monotonía. Era como si el tiempo hubiera perdido todo sentido, dejándome atrapada en una espiral sin fin.

Cada día era lo mismo. William entraba en la habitación con una expresión casi serena, como si todo lo que hacía fuera lo más natural del mundo. Me daba de comer, me ofrecía agua y luego me llevaba al baño. Todo con una meticulosidad inquietante. Me bañaba, me peinaba, y me arreglaba como si fuera una muñeca sin vida, una propiedad suya que debía cuidar.

No importaba cuánto me resistiera en un principio, cuánto suplicara y rogara que me dejara ir. William me trataba con una dulzura retorcida, ignorando mis súplicas con una sonrisa casi tierna en su rostro, como si realmente creyera que lo que estaba haciendo era por mi bien.

Pero lo peor de todo no era su trato, ni siquiera la forma en que me inyectaba esa maldita droga todos los días. Lo peor era cómo mi cuerpo y mi mente empezaban a cambiar. Al principio, cada inyección era como un veneno que recorría mis venas, aterrorizándome por lo que podría hacerme. Pero con el tiempo, ese terror comenzó a desvanecerse, reemplazado por algo que me aterrorizaba aún más: una sensación de comodidad.

Ya no me sentía aterrada cada vez que William entraba en la habitación. Ya no me estremecía cuando me tocaba el cabello o me hablaba en su tono dulce y calmado. Poco a poco, la repulsión y el miedo fueron cediendo, dejándome sintiendo... nada. O peor, dejándome sentirme cómoda con su presencia. Era como si mi mente estuviera siendo moldeada, lenta pero inexorablemente, para aceptarlo, para verlo no como un monstruo, sino como alguien en quien podía confiar.

Sabía que esto era la droga trabajando en mi sistema, alterando mi percepción, pero aún así, no podía evitarlo. Mis pensamientos eran cada vez más borrosos, y aunque una parte de mí luchaba por aferrarse a la realidad, a recordar quién era y por qué tenía que escapar, esa voz se hacía cada vez más débil.

William se acercó a mí con ese cepillo que usaba con tanta delicadeza, como si cada hebra de mi cabello fuera algo precioso que debía cuidar. Sentía sus manos moviéndose con precisión sobre mi cabeza, y aunque cada fibra de mi ser me instaba a resistir, mi cuerpo se quedaba quieto, incapaz de responder.

Mientras me peinaba, comenzó a hablar en ese tono suave y calmado que se había vuelto tan familiar para mí en esos días. —Desde el momento en que te vi en la universidad, me volví loco por ti—, dijo, como si estuviera compartiendo una dulce confesión. —Todo de ti me fascinaba... tu belleza, tu porte, y sobre todo, tu inteligencia. No podía dejar de pensar en ti.

Su voz era como un veneno que se infiltraba en mi mente, cada palabra golpeando mi conciencia con una mezcla de repulsión y, aterradoramente, una creciente aceptación.

—Traté de olvidarme de ti, de sacarte de mi cabeza, pero nunca pude,— continuó, mientras sus manos seguían peinando mi cabello con ternura. —Cuando supe que estabas casada con Moretti, sentí como si mi corazón se rompiera. Era como si me hubieran arrancado algo valioso, algo que era mío por derecho.

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