Estaba en la cocina con Esther, preparando una cena sencilla. La sensación de normalidad, aunque frágil, me resultaba reconfortante. Esta tan concentrada en picar las verduras con precisión, que me olvide por completo lo que pasaba a mi alrededor.
El timbre del teléfono sonó, y Esther se alejó para responder. La conversación era breve, y al regresar, su rostro llevaba una expresión que no había visto antes, una mezcla de preocupación y tristeza profunda. Mi corazón se aceleró al ver el cambio en su expresión.
—¿Qué pasó? —le pregunté, mi voz apenas un susurro, mientras mis manos se detenían en medio de la tarea.
Esther, con una voz que se esforzaba por ser serena, me miró con una tristeza palpable en sus ojos.
—Tu madre… —continuó Esther, acercándose a mí con cautela, como si temiera que fuera a desmoronarme en cualquier momento.
Un nudo se formó en mi garganta, y el cuchillo que sostenía se deslizó de mis manos, cayendo con un sonido sordo sobre la superficie de la cocina. Mi mente se quedó en blanco. Esther se acercó y me rodeó con los brazos, intentando consolarme, pero el dolor era tan profundo que parecía consumir todo a su paso. La pérdida de mi madre, aunque esperada en algún nivel, era un golpe devastador. La realidad se asentó sobre mí con una pesadez que no podía describir.
Sentí cómo el suelo bajo mis pies desaparecía. Era como si todo se hubiera detenido en ese instante, y lo único que podía escuchar era el latido ensordecedor de mi corazón en mis oídos.
Era como si una parte de mí hubiera esperado este momento, pero otra parte se negaba a aceptarlo. Después de todo lo que había pasado con mi madre, las discusiones, los silencios llenos de reproches, y el abismo que se había abierto entre nosotras… Ahora todo había terminado. Y ya no habría oportunidad de reconciliación, ni palabras para sanar las heridas.
—Lo siento tanto, mi niña —dijo Esther.
Ruth, mi madre… Ya no estaba.
No se cuando tiempo pasó, ahora me encontraba en el recibidor sentada en el sofá. El sonido del ascensor se mezcló con el zumbido sordo que aún resonaba en mi cabeza. Apenas levanté la vista cuando vi a Ágata y a Cristal entrar. Parecía una escena distante, como si estuviera viendo todo desde fuera de mi propio cuerpo.
Ágata, con su aire siempre imponente, se acercó rápidamente y, sin decir una palabra más, me envolvió en un abrazo. Su perfume suave me rodeó, pero no me trajo el consuelo que quizás esperaba. Sentía su calor, pero yo seguía fría por dentro, como si la noticia aún no hubiera llegado del todo a mi corazón.
—Lo lamento tanto, querida —susurró Ágata, su voz grave y pausada.
No le respondí. No tenía palabras, ni para ella ni para nadie. Todavía estaba atrapada en ese abismo silencioso en el que había caído desde que Esther me dijo la noticia. Mi madre... Ya no estaba. No era algo que mi mente pudiera procesar en ese momento, y todo alrededor se sentía irreal.
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Imperio
RomanceUna joven obligada a casarse con un magnate por una deuda familiar, descubre la verdadera naturaleza del poder y el dinero en un matrimonio arreglado. «Dicen que la costumbre es más fuerte que el amor, pero en el mundo de Christopher Moretti, nada e...