🌻España🌻

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Cuando llegamos al aeropuerto, Alejandro no perdió tiempo

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Cuando llegamos al aeropuerto, Alejandro no perdió tiempo. Nos dirigimos directamente a un hangar privado, donde un pequeño avión aguardaba. Las luces del aeropuerto brillaban en la oscuridad, creando un contraste surrealista con la ansiedad que sentía en mi interior.

Antes de salir de auto, no pude evitar mirar a Alejandro, buscando alguna señal de duda en su rostro. Sin embargo, su expresión seguía siendo segura y decidida.

—¿Tienes todo preparado? —pregunté, la incertidumbre reflejada en mi voz.

Alejandro se giró hacia mí con una leve sonrisa, su mirada suavizándose.

—No te lo vas a creer, Sofía, pero me llamaste en el momento justo. —Hizo una pausa, como si quisiera asegurarse de que entendiera la magnitud de lo que estaba diciendo—. Estaba a punto de salir del país. Ya iba de regreso a España.

Lo miré con sorpresa. ¿Era posible que el destino, de alguna manera, hubiera conspirado para salvarme en el último momento?

—Entonces... ¿todo esto fue una coincidencia? —murmuré, tratando de asimilarlo.

—Quizás —respondió Alejandro con un tono enigmático—. O tal vez, simplemente, era el momento de que empezaras de nuevo.

Asentí lentamente, sintiendo cómo un pequeño atisbo de esperanza crecía dentro de mí.

El sonido del teléfono me paralizó. Apenas había salido del auto cuando vi el nombre de Christopher en la pantalla. El pequeño atisbo de esperanza que había sentido un instante antes comenzó a desvanecerse.

—Dame un momento —le dije a Alejandro, quien me observaba con preocupación.

Él asintió y se alejó, dándome el espacio que necesitaba. Cerré la puerta del auto y tomé aire antes de contestar la llamada.

—¿Dónde estás? —La voz de Christopher sonó fría y cortante, con un tono que no me sorprendía, pero que aún me hacía temblar.

Miré el avión, sintiendo el peso de lo que estaba a punto de hacer.

—Lejos de ti, Christopher —respondí, mi voz temblando ligeramente pero con una firmeza que no me esperaba.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, luego escuché un cambio en su tono, como si la desesperación se filtrara a través de su dureza habitual.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, pero ya no sonaba enfadado, sino confundido y, tal vez, asustado.

—Me voy —le dije, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos—. No pienso regresar.

Su respiración se aceleró, y pude imaginarlo apretando los puños, tratando de mantener el control.

—Sofía, no hagas esto. Dime dónde estás —su tono se volvió suplicante, una faceta de él que rara vez había visto.

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