Catherine abrochaba sus zapatos de tacón color negro, entretanto repetía mentalmente algunas líneas de vital importancia para ese día.
El juicio que tan nerviosa la tenía había llegado, y aunque sintiera ganas de huir no iba a hacerlo. Suspiró y se acercó al espejo situado en la pared. Tomó de una gaveta entreabierta un labial de un tono rosa muy, muy tenue; cubrió sus labios con la pintura y al terminar la devolvió al sitio, luego siguió con el rímel y luego el creyón, en esta ocasión no tan resaltante. Observó su cabello en el reflejo y dedujo que debía cortar las puntas en cuanto tuviera la oportunidad, le disgustaba verlo rebasando el límite alargado de su preferencia. Lo recogió en un moño a la altura de la nuca y para sellar cualquier pelo rebelde usó fijador alrededor de la coronilla y más allá. Descolgó el blazer en color negro y lo vistió. Respiró con profundidad y notó como los nervios que llevaba en el estómago se distribuían en ambas manos. Salió de casa en dirección a la cochera y minutos después partía al despacho.
Una vez llegó fue directamente a la oficina de Albert, sin siquiera tocar la puerta giró la manija y abrió.
―Buenos días, hoy es el juicio ―espetó con los nervios incrementando.
―Catherine, buenos días. ―Albert situado tras del escritorio, quitó la vista de unos documentos para mirarla. Enseguida determinó la magnitud del nerviosismo que llevaba encima―. Debes tocar la puerta.
―No me importa. Albert, dentro de quince minutos debo irme al tribunal.
La puerta del despacho permanecía abierta, a estas alturas, a Cate le parecía nada que cualquiera escuchara su conversación o que notaran sus emociones.
―Vas a tener que calmarte, no es la primera vez que vas a un tribunal a defender a un culpable.
― ¡Me amenazó! ―exclamó con un nudo en la garganta―. Voy a morir si pierdo.
―No creo que vayas a morir. ―Albert, a pesar de no sentirse pacífico debía mantener la calma, empeoraría a su abogada si demostraba el miedo que sentía al escuchar esas palabras―. Eres excelente en lo que haces y aunque este hombre debe ir preso, tú misión es hacer todo lo contrario, sé que lo lograrás.
―Exijo seguridad hacia mi persona si llegase a perder este caso, Albert. Nos vemos en la tarde.
Y sin más, la rubia dejó la oficina impregnada en angustias.
Cate desayunaba encerrada en sus cuatro paredes, movía la pierna una y otra vez con la mirada perdida, creando cualquier cantidad de escenarios en su cabeza, escenarios donde el acusado y defendido por ella le asesinaba por no lograr su cometido.
Quería ver a Angelina antes de partir, sin embargo, sabía que la pelinegra estaba reunida con clientes fuera del rascacielos.
Tomó toda evidencia y documentos posibles sobre ese caso y salió del bufete hacia los tribunales. En el camino pensaba en el único motivo que hacía mantener la calma, y era que Joyce, jueza penal, era quien dirigiría la sesión. Apretaba el volante hasta volver sus nudillos más pálidos que sí misma, mordía el interior sus mejillas y parte de su boca, ¡se volvería loca en cualquier momento!
(***)
Evangeline, a pesar de ser una mujer sumamente correcta, era bastante liberal con su horario de trabajo. Principalmente, porque desde la empresa donde trabaja la contactaron para remodelar las oficinas de cada abogado del bufete de Albert Hampton, no obstante, otro motivo de mucho más peso fue agregado a esa facilidad de horarios, y es su nuevo empleo en Torres y Asociados. Sentía miedo de vez en cuando, sí, pero estaba viviendo una meta cumplida, lo cual valía más que cualquier cosa.
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¡Buen día, arquitecta!©
RomanceTodo empezó con la remodelación de una oficina. Evangeline Brown, es una arquitecta de renombre que conoció a Catherine White en un bufete de abogados. Inusual, ¿no? Catherine, usa absolutamente todo su mal genio contra Eva y la saca de quicio cada...