2: Recuerdos del pasado 📍

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El patio de la secundaria era un lugar bullicioso, lleno de risas, gritos, y el eco de las pelotas de baloncesto rebotando en el suelo. En medio de ese caos, un pequeño Jimin se escondía en las sombras, observando a los demás con sus grandes ojos curiosos. Aún no se acostumbraba a la vida en la secundaria, donde los estudiantes mayores parecían tan imponentes y seguros de sí mismos. Jimin, con su ropa pastel y su cabello lacio cayendo sobre la frente, se sentía fuera de lugar, un pequeño pez en un océano demasiado grande.

Por otro lado, Jungkook era todo lo contrario. Ya en su tercer año, había logrado hacerse un nombre en la escuela. Era el chico popular, el que todos admiraban y a quien nadie se atrevía a enfrentar. Su habilidad en el baloncesto y su actitud despreocupada lo habían hecho ganar una reputación como el chico malo de la escuela. Aunque no era tan marcado como lo sería en el futuro, Jungkook ya mostraba señales de la persona que se convertiría.

La primera vez que Jimin y Jungkook se cruzaron fue un día cualquiera en la cancha de baloncesto. Jimin, como siempre, observaba desde lejos mientras su hermano Taehyung y Jungkook jugaban. Sus ojos seguían cada movimiento de Jungkook, fascinado por su destreza y carisma. No podía evitarlo; había algo en Jungkook que lo atraía, una fuerza que no entendía del todo pero que no podía ignorar.

Después de anotar un punto, Jungkook notó por primera vez al pequeño espectador. No era común que alguien lo mirara tan fijamente sin decir nada, y menos aún alguien tan tímido y pequeño como Jimin. Decidió acercarse, no tanto por curiosidad sino por esa necesidad de demostrar que nada lo pasaba por alto.

—Oye, tú, ¿por qué siempre estás mirando? —preguntó Jungkook, con una sonrisa que mezclaba diversión y desafío.

Jimin, sorprendido por la repentina atención, se ruborizó intensamente. No esperaba que Jungkook se diera cuenta de su presencia, y mucho menos que le hablara. Tartamudeó, intentando encontrar las palabras correctas, pero lo único que logró decir fue:

—Y-Yo... me gusta verlos jugar.

La respuesta desarmó a Jungkook por completo. No era la respuesta de alguien que quería burlarse de él o aprovecharse de su popularidad. Era genuina, inocente. Jungkook no supo cómo reaccionar, así que solo sonrió de manera incómoda y respondió:

—Ah, claro. Pues sigue mirando, supongo.

Jimin asintió tímidamente, sintiendo un calor reconfortante en su pecho por haber hablado con Jungkook, aunque fuera por un breve momento. Desde entonces, se esforzó por estar más cerca del grupo, aunque siempre desde la periferia, sin atreverse a interferir demasiado. Sin embargo, su constante presencia no pasó desapercibida.

Con el tiempo, Jungkook empezó a sentirse incómodo con la atención que Jimin le daba. No era que le molestara, sino que lo hacía sentir extraño. Había algo en la dulzura de Jimin que le recordaba una parte de sí mismo que intentaba reprimir, esa parte vulnerable que no quería mostrar a nadie. Fue entonces cuando empezó a actuar de manera distante con él, evitando sus miradas, ignorando sus intentos de conversación, y manteniendo la distancia.

Para Jimin, el cambio fue desconcertante y doloroso. No entendía qué había hecho mal, por qué Jungkook, que había sido amable con él al principio, ahora lo trataba como si no existiera. Sin embargo, en lugar de rendirse, Jimin decidió seguir mostrándose amable y presente, esperando que, de alguna manera, Jungkook volviera a ser el chico con el que había intercambiado esas primeras palabras.

Pero cuanto más intentaba acercarse, más distante se volvía Jungkook. El conflicto interno de Jungkook se intensificaba con cada día que pasaba. Sabía que no estaba siendo justo con Jimin, pero al mismo tiempo no sabía cómo manejar los sentimientos que la presencia del chico despertaba en él. Así que hizo lo único que sabía hacer: construyó una barrera.

La tensión entre ellos creció, pero nunca llegó a romperse del todo. Había algo que los mantenía conectados, aunque ambos lo negaran. Esa conexión, aunque frágil, era lo único que impidió que se distanciaran por completo.

Y así, mientras los años pasaban y Jungkook se transformaba cada vez más en el chico rebelde que todos conocían, Jimin seguía siendo el ángel en las sombras, observando y esperando. Los malentendidos y los sentimientos no correspondidos se apilaban, formando una barrera que, aunque invisible, era casi imposible de derribar.

Sin embargo, tanto Jungkook como Jimin sabían, en lo más profundo de su corazón, que el otro había dejado una marca imborrable. Y aunque ninguno de los dos estaba dispuesto a admitirlo, el destino parecía tener otros planes para ellos, planes que comenzarían a revelarse en los próximos capítulos de sus vidas.

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