Capítulo 59

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11 de agosto de 1997

Por primera vez desde que llegó ahí a la edad de once años, Severus miró Hogwarts y pensó en lo mal que se sentía estar allí. Tan, tan mal. No se había movido del lugar donde se había aparecido durante unos quince minutos, asustado por descubrir si el castillo lo había aceptado como director, con la esperanza de que lo hicieran y de que no.

No hubo pompa ni ceremonia para convertirse en el director de la escuela de magia más grande y famosa de este lado del Atlántico. Consistió en un viaje al Ministerio, fácil de hacer ahora que la búsqueda de él como sospechoso se había cancelado. Había caminado por el Atrio, había ido a la oficina del Ministro de Magia y había firmado los papeles que le había entregado un Pius Thickness bajo la maldición Imperius. Eso fue todo, un simple garabato sobre un documento antiguo, mágicamente perseverado. Su firma, colocada debajo de la de su predecesor, había sido todo lo que se necesitaba.

Había sentido su vínculo mágico con el pergamino, sintió el hormigueo de las protecciones en sus sentidos cuando apareció en las puertas, pero todavía había una pizca de duda y esperanza de que esto fuera un truco cruel.

Severus puso su mano en la puerta y casi cayó de rodillas con el calor que sintió en su alma. La escuela no solo lo aceptó, lo recibió con agrado, lo abrazó, estaba contenta de tenerlo. ¿Albus había sentido el saludo tan intensamente? Y si lo había hecho, ¿se había desvanecido con el tiempo, con cada acto manipulador y engañoso?

Apoyando su otra mano en la pared de piedra, Severus abrió la puerta, caminando hacia el lugar que había llamado hogar casi toda su vida.

Cerró los ojos, absorbiendo el silencio, permitiendo que su magia y su mente se asimilaran con la nueva presencia grande y antigua. Podía sentir a los maestros que ya estaban dentro. Sintió a Filius colocando nuevas protecciones alrededor de su salón de clases, sintió a Pomona cuidando sus plantas, a Minerva en su oficina, caminando de un lado a otro. Sabía que Poppy estaba en el ala médica y que los elfos domésticos ya estaban preparando la siguiente comida que se les serviría a los profesores. Todo era demasiado, demasiado. Pero maldita sea, si no lo dejaba con una sensación de euforia.

"Director" —el saludo cortés y frío de Hagrid le hizo abrir los ojos y mirar al medio gigante que no le mostraba signos de amabilidad—. "Hagrid" —inclinó la cabeza, negándose a permitir que su máscara se asentara en su lugar todavía—. "Estoy planeando hacer cambios en la forma en que manejamos la disciplina este año. Serás llamado para supervisar las detenciones" —afirmó, sin dejar lugar a discusión. Se giró bruscamente, con su túnica ondeando detrás de él mientras se dirigía a las puertas principales, con la espalda recta y la cabeza en alto. Podía sentir los ojos de Hagrid clavados en la nuca y, con un movimiento de sus dedos, se colocó un escudo a su alrededor. Un momento después, sintió que algo rebotaba en él, pero no detuvo su paso. No quería amenazar, no quería ser el mortífago cuando no tenía por qué serlo.

Entró en el castillo, ignorando los saludos murmurados de los retratos cercanos. Se detuvo, solo un momento, para mirar el techo y los planetas, su alineación trazada sobre su cabeza. Recordó que no sabía que estaban allí hasta que encontró a su hija y a la señorita Lovegood en el suelo, mirándolos.

Severus continuó, sin disminuir su paso hasta que estuvo frente a la gárgola que custodiaba la oficina del director. La miró, esta lo miró fijamente un momento y luego hizo una reverencia. "Director".

"Guardián", respondió con la cabeza inclinada.

"Diga su contraseña y no permitiré la entrada a nadie excepto a aquellos que la conozcan".

Corrigiendo El DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora