Capítulo Nueve.- Sesión de Sir Reginald.

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La secretaria termino su jornada y se marcho a su casa dejando al terapeuta ordenando sus notas, solo en la consulta. 

La mayor parte de las luces estaban ya apagadas cuando el hombre, a punto de marcharse a alimentar a su gato, escucho como tocaban el marco de la puerta de su consulta con un par de golpes secos.

- Adelante.- dijo el terapeuta pensando que a su secretaria se le olvido decirle algo importante.

Un hombre delgado y alto, con un traje perfecto y un monóculo, le tomo la palabra y entro.

- La consulta esta cerrada señor, si quiere concertar una cita puede llamar mañana en horario de oficina.

- Mi salud mental es perfecta. Soy Sir Reginald Hargreeves, padre de siete niños desagradecidos e insufribles que por lo que tengo entendido han pasado el día aquí, lloriqueando sobre su infancia y seguramente culpándome de sus nefastas decisiones vitales.

El terapeuta le miro escéptico, según tenía entendido el padre de los Hargreeves estaba muerto pero su capacidad para sorprenderse ya estaba agotada por el lardo día de escuchar todo tipo de historias locas y todo lo que quería era volver a casa.

- Encantado de conocerle señor Hargreeves, por desgracia no puedo ayudarle. La confidencialidad de mis pacientes esta garantizada. 

- No recuerdo haberle pedido que me hablara de las quejas pueriles de mis hijos, pase años escuchándolas de primera mano, "Papá no quiero ir a la misión, Papá quiero ir a las misiones con mis hermanos, Papá quiero saltar en el tiempo, Papá no quiero ir a desintoxicación..."

- Comprendo, entonces ¿En que puedo ayudarle?

- Mis hijos ya no me escuchan, tienen la retorcida idea de que mis intenciones para con ellos son dañinas solo por atentar unas pocas de veces contra sus miserables vidas, sin embargo parecen predispuestos a prestar oídos a los consejos de un desconocido.

- Señor soy un profesional ampliamente cualificado, no se que pretende pero...

- ¿Acaso no esta claro? Les dirá que hagan lo que yo le diga.

- ¡Ni lo sueñe!, sí no se marcha inmediatamente de mi consulta voy a llamar a la policía.

- Hágalo, quiero oír como les cuenta que un extraterrestre entro en su consulta.- dijo Reginal, procediendo a quitarse la careta de su disfraz humano, mostrando su aspecto real.

- ¡Santo Dios!.- exclamo el terapeuta retrocediendo hasta chocar con la pared. 

- Cálmese.- exigió Reginald.- Soy un hombre civilizado, estoy dispuesto a contarle mis intenciones si acepta ayudarme.

- Y... y si me niego.- pregunto con voz temblorosa.

- ¿En serio pretende que me rebaje con una medieval amenaza de descuartizamiento?.- pregunto logrando que el terapeuta contuviera su esfínter de milagro. 

- No, lo siento, por favor... cuénteme ¿En que puedo ayudarle?

- Bien, por fin muestra la actitud correcta, siéntese.- Exigió Reginal volviendo a colocarse su mascara humana. 

Los humanos eran más receptivos ante un rostro de su misma especie, después de todo no le convenía aterrarlo demasiado y matarlo de un infarto.

- Soy un hombre de ciencia, un filántropo cuyo mundo pereció en un cataclismo global. Llegue a la tierra con el propósito de encontrar el Oblidion, un lugar desde el cual se puede reiniciar o alterar el universo mismo y cuya única entrada se encuentra en su mundo. Un punto donde conectan todas las dimensiones y planos de existencia, algo que no pretendo que su pequeña mente comprenda.

El terapeuta no se atrevió a decir nada, completamente aterrado, limitándose a escuchar aquel extraño ser de otro mundo, disfrazado de humano.

- Su funcionamiento requiere de un tipo de energía especial, la energía misma de la creación, algo que mi esposa descubrió y aprendió condensar para usar con fines científicos. 

Reginald dio un segundo para el terapeuta lo asimilara antes de continuar.- Libere esa sustancia en la tierra, causando que 43 niños nacieran de forma espontanea, llenos de la energía primigenia que conforma el universo mismo, baterías necesarias para poner el Oblidion en funcionamiento. La ultima oportunidad de recuperar mi mundo y a mi esposa. 

Sir Reginald limpio su monóculo con un pañuelo de tela bordado con sus iniciales antes de volver a colocarlo en su ojo.- Mi plan era perfecto más fui interrumpido antes de poder terminar de reprogramar el universo y esta realidad se estableció con numerosas fallas.

- ¿Cómo puedo ayudar yo en eso?.- se atrevió a preguntar el terapeuta tímidamente.

- Ahora mis hijos han recuperado su poder, incluso es mayor que antes. Quiero que vuelvan al hotel Obsidian, la entrada al Oblidion se encuentra allí. Voy a intentarlo de nuevo. 

- Pero eso podría matarlos.- repuso el hombre.- Son sus hijos, usted los crio ¿Acaso no le importa que mueran?

- ¿Y qué? Los reiniciare, les daré las vidas que siempre quisieron, tendrán todos sus infantiles caprichos en vidas tan gratificantes que dejaran de molestarme con sus lloriqueos para siempre y yo volveré a mi planeta junto con mi amada esposa. 

- Habla como si la realidad solo fuera un gran videojuego a escala cósmica.

- ¿Qué otra cosa creía que era?.- pregunto Reginald molesto con la obviedad.

El terapeuta no se mostraba demasiado predispuesto a ayudar, la situación le causaba demasiados conflictos morales por lo que Reginald recurrió al primitivo egoísmo humano.

- Por supuesto su ayuda se vera ampliamente recompensada. Puedo darle todo lo que anhelé su corazón en esa nueva realidad. Prestigio, fama, dinero... 

- O podría simplemente borrarme.- se atrevió a decir mostrando su preocupación

- Soy un hombre de palabra, solo dígame cual es su precio.

El terapeuta miro de reojo la foto de sus hijos sintiendo la tentación susurrando en su oído...

La terapia de los HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora