8. Capítulo

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Elaia




(Leer el mensaje de abajo, por favor, es importante)

Me desperté con un dolor de cabeza impresionante, como si un martillo golpeara mi cráneo desde dentro

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Me desperté con un dolor de cabeza impresionante, como si un martillo golpeara mi cráneo desde dentro. No entendía por qué me sentía así. Las pruebas de la anemia de ayer no habían salido del todo bien, eso lo sabía, pero nunca antes había sentido un dolor tan fuerte por esa razón.

Me incorporé lentamente, sintiendo que el mundo giraba un poco a mi alrededor. Me llevé una mano a la frente, esperando que el malestar desapareciera, pero no fue así. Sabía que no podía quedarme en la cama todo el día; había cosas que hacer, compromisos que cumplir. No quiero que esta puñetera enfermedad me joda mas la vida todavía.

Apoyé los pies en el suelo frío, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi cuerpo. Tenía que moverme, tenía que enfrentar el día, aunque cada parte de mi cuerpo me pidiera lo contrario. No podía dejar que la anemia controlara mi vida más de lo que ya lo había hecho. He peleado mucho para llegar hasta aquí y no voy a dejar que esto me pare ahora.

Me apoyé en el lavabo, mirando mi reflejo en el espejo. Mi piel estaba más pálida de lo normal, y las ojeras bajo mis ojos parecían más oscuras. Suspiré, sintiendo una mezcla de frustración y determinación. "Un día más", me dije a mí misma, abriendo el grifo para echarme un poco de agua fría en la cara, esperando que eso me ayudara a despejarme.

El agua fría me dio un breve respiro, una sensación de frescura que contrastaba con el peso en mi cabeza. Me sequé con una toalla, dándome cuenta de que no podía permitirme el lujo de tomarme las cosas con calma hoy. Sabía que, aunque quisiera, no podía cancelar mis compromisos.

–Vamos a arreglar esto un poquito–susurré, cogiendo el corrector de mi neceser de maquillaje. Me vestí con un chándal azul marino de la selección, para afrontar el día intenso que me esperaba. Me puse las gafas ya que no tenía ni fuerzas ni ganas de ponerme las lentillas. Agarré la tarjeta del hotel y salí de la habitación. Eran las 7:30 de la mañana y me llegó el mensaje de todas las mañanas con el horario de hoy.

Donde ponía RRSS claramente no voy, ya que no me encargo de eso. En su lugar analizamos al siguiente rival cuál es Albania.

–Buenos días, amore. –oí la voz de Mónica a un lado mío. –estas muy pálida, estás bien?

–Si, solo un poco cansada. –mentí.

–Te veo muy pálida, ¿quieres que te traiga algo?

–No tranquila –la abracé–ahora cojo azúcar del comedor.

–Vale cariño, luego te veo.

Me despedí de ella con un abrazo y me dirigí a desayunar. Al llegar visualicé a mi padre, cual hablaba con algunos compañeros. Alzó la mirada para sonreírle, pero se quedó a medio camino.

Por ti | Martín ZubimendiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora