10. Capítulo

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Algo no muy fácil de contar





(Capítulo extra, a petición de muchas)

–Vale –respondí, aunque mi voz sonaba hueca incluso para mí

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–Vale –respondí, aunque mi voz sonaba hueca incluso para mí.

Caminamos juntos por los pasillos del hotel, Oyarzabal y Morata a mi lado, con Lamine siguiéndonos en silencio. No dijimos mucho, pero su presencia era un pequeño consuelo en medio de la tormenta que sentía por dentro.

Caminamos en silencio por los pasillos del hotel. Cada paso resonaba con una intensidad que no podía ignorar, como si mis pensamientos estuvieran amplificados en el eco de las paredes. Oyarzabal y Morata no me presionaban, lo agradecí. Sentía que, si me preguntaban cómo estaba, me derrumbaría.

–Vamos al jardín un rato –dijo Oyarzabal, dirigiéndonos hacia las puertas que daban al exterior.

El aire fresco me golpeó la cara en cuanto salimos, y por un momento, fue como si pudiera respirar mejor. Aunque el nudo en el estómago seguía ahí, el espacio abierto me ayudaba a despejar un poco la cabeza. Nos sentamos en uno de los bancos que rodeaban la fuente del jardín.

–¿Qué le dijiste a Mara? –preguntó Morata, rompiendo el silencio.

Suspiré, sabiendo que no podía seguir evitando el tema. Había estado evitando esa conversación desde que exploté con Mara, pero ahora, viendo la gravedad de la situación, no tenía sentido seguir callando.

–Le dije que no podía ayudarme... –murmuré, frotándome la cara con ambas manos–. Le grité, en realidad. Estaba tan frustrado, tíos. Y ahora... ahora me doy cuenta de que fui un idiota. Ella solo quería estar ahí para mí, y yo la aparté.

Morata me miró en silencio un segundo antes de hablar.

–Todos nos equivocamos, Martín. No es que lo hayas hecho a propósito.

Oyarzabal asintió.

–Lo que importa es que lo reconozcas y lo arregles. Sabes cómo es Mara, tío. Es orgullosa, pero te quiere. Solo dale tiempo para que se recupere, y cuando esté mejor, habla con ella de verdad.

Sus palabras me ofrecieron un pequeño respiro, pero aún así, la culpa seguía ahí, pesada sobre mis hombros.

–Es que... –me detuve, sin saber cómo expresar lo que realmente sentía–. No quiero que piense que no la valoro. Porque la valoro, más de lo que pensaba. Pero cuando estoy con ella, siento que puedo fallar, que si la dejo entrar demasiado me va a ver como un jodido caos.

Oyarzabal soltó una pequeña risa.

–Zubi, todos somos un caos. Mara lo sabe, no está esperando que seas perfecto. Está esperando que seas tú, con tus cosas buenas y tus mierdas también.

Por ti | Martín ZubimendiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora