Me tracé tantas cosas de camino hacia el hotel.
Una de ellas era la de confrontar al presidente, decirle qué clase de relación había tenido con mi marido como para que esté no quisiera ni pronunciar su apellido, lo otro era quedarme afuera a esperar a Sergio y que me arrastre de vuelta al taller, y lo último, era yo misma alejarme de ese lugar antes de perder mi dignidad. Sabía que las dos primeras iban a ser un error e iba a ser un fracaso mientras que la tercera sería lo más sensato. Era tonto incluir al presidente del hotel en mis propios conflictos cuando él no sabía que mi matrimonio estaba de mal en peor.
Por ende, lo único que estoy haciendo ahora es perder el tiempo.
Encima, me sentía incapaz de encarar al Señor Quecedo porque era consciente de que volvería a atropellarme con esos malditos ojos azules y su candente porte. ¡Dios! ¡¿Cómo es que ando pensando en estas cosas estando en una situación que solo me produce jaqueca?!
—Señora Alba.
Mis pies avanzaron por sí solos y cuando menos me di cuenta, ya estaba dentro de su hotel. Es el Señor Morales quién me recibe, ya que, al parecer, su jefe se encontraba en una reunión muy importante y, por ende, no podía atenderme.
— ¿Demorará mucho?
—No sabría decirle. —suspiro rendida— Si está aquí por la oferta de trabajo, puede hablarlo con el vicepresidente.
— ¿El vicepresidente?
—El joven Armando Quecedo.
No sabía que el dueño tenía un hermano.
En sí, no sé muchas cosas de él y bueno, tampoco es algo que me compete saber.
—El señor Quecedo me especifico que debía tratarlo solo con él.
—Lo mencioné más porque la veo bastante apurada.
Me siento apenada por ser tan transparente.
—Un poco, pero puedo esperarlo. —lo noto pensativo— ¿Se puede no?
—Si, claro. Solo que no sé cuánto tiempo tardará.
—No hay problema. De todas formas, es mi culpa por aparecerme sin avisar.
—Suele suceder.
El señor Morales me guía hasta la sala de espera en dónde me ofrece algo de beber. El agua me ayuda a relajar mi cuerpo porque en verdad, los nervios me estaban matando. La angustia deja de apretarme el pecho hasta que mi celular comienza a vibrar con el nombre de mi esposo en la pantalla. Cómo sé que no dejará de insistir, decido apagar el móvil. Ahora soy yo la que no quiere hablar con él, la que va a ignorarlo para que sienta lo mismo que sentí cuando decidió comportarse de ese modo.
Los minutos corren tan rápido que, sin pensarlo, ya ha pasado una hora y aun el presidente brilla por su ausencia. Debe ser un hombre bastante ocupado y yo aquí ando, molestándolo cuando debí por lo menos avisarle que vendría, y así podría haberme evitado el dolor en mi trasero por estar sentada en el sofá durante mucho tiempo.
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"Bajo ese mismo cielo" (Libro II)
RomanceLa cicatriz en mi pecho arde al ver esos ojos azules. No estoy divagando. Tampoco estoy soñando. Algo en mi interior me grita que esta vida no es la mía. Me llamo Clara, estoy casada con Sergio Torres y al mismo tiempo, siento una atracción fuerte h...