Bien dicen que el corazón no miente.
Que, a pesar de haber estado sin recuerdos, olvidando todo lo que vivimos juntos, en el fondo, mi órgano latente me gritaba que él era la persona que estaba buscando. El color de sus ojos, su sonrisa, su porte, todo de Nicolás se había grabado en mi mente y difícilmente podría haber sido arrancado. Lo amo, lo amo tanto que estoy controlándome en no soltarle toda la verdad, y es que estoy segura de que a él también le han lavado el cerebro. La última vez que estuvimos juntos, había renunciado a la empresa hotelera, y ahora es el presidente.
Aprieto lo puños.
Se han burlado de los dos, nos han manipulado.
Malditos.
Me relajo con disimulo y digo: —Buenos días, Señor Quecedo.
—Hoy madrugó. Su entrada es a las... —chequea su reloj de oro blanco— nueve. Aún le quedan cuarenta minutos.
—No podía llegar tarde a mi primer día de trabajo.
— ¿Cómo se encuentra? —acorta nuestra distancia— Me dijeron que estaba muy delicada.
—No era nada grave y ya que está aquí, aprovecho en agradecer el que haya sido muy comprensivo conmigo —digo apenada— Otra persona me hubiera echado sin darme la oportunidad de explicárselo.
—Se trataba de su salud.
—También lamento el comportamiento de mi... esposo.
¡Qué horror decir eso!
—Todo está bien. —sonríe, acelerándome el pulso— Me alegra verla sana y espero deleitar sus postres pronto.
—Por supuesto.
No sé de dónde saco fuerzas para mantenerme de pie delante de este "vino añejo" que destila pecado por todos lados. Tengo que frenar a las malditas hormonas que se alborotan solo al olfatear su rico aroma. Definitivamente, este hombre me pone mal, muy mal.
El señor Morales se ubica detrás de él y le susurra algo en el oído, luego se vuelve a posicionar en su sitio.
—El deber llama. La reunión con los ejecutivos japoneses va a iniciar. —aclara— Armando la atenderá con gusto.
—Claro, su primo. —se torna confuso— ¿Dije algo mal?
— ¿Cómo sabe que es mi primo? Algunas personas creen que es mi hermano por el apellido.
—También lo pensé, pero usted es más atrac... —carraspeo— puntual.
Eres una idiota, Ángela.
—No puedo contrariarla.
Él ríe, contagiándome y embobándome más de lo que ya estoy.
Me quedo apreciándolo hasta que su figura desaparece detrás del ascensor. Toco mi pecho con disimulo, para así tratar de controlar mis latidos locos y no ser tan obvia delante de su secretaria que continúa viéndome como bicho raro. Por fortuna, Armando hace acto de presencia y ni bien sus ojos negros se cruzan con los míos, sus pasos se detienen y su rostro se torna pálido. Aunque yo tenga el cabello de otro color, mis facciones son únicas. Él no se mueve, el shock lo tiene como estatua, por lo que no me importa caminar hacia su dirección y mostrarme algo confusa.
ESTÁS LEYENDO
"Bajo ese mismo cielo" (Libro II)
RomansaLa cicatriz en mi pecho arde al ver esos ojos azules. No estoy divagando. Tampoco estoy soñando. Algo en mi interior me grita que esta vida no es la mía. Me llamo Clara, estoy casada con Sergio Torres y al mismo tiempo, siento una atracción fuerte h...