Capítulo 2: Dulce compás

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La tarde está desvaneciéndose y la luz que se filtra a través de las persianas de la oficina de Eric crea un ambiente íntimo, casi ígneo. Me acomodo en mi silla, sintiendo cada fibra de tensión a medida que me preparo para compartir una historia de las muchas historias que nunca he contando a nadie, una que arde en mi memoria con un deseo feroz y una intensidad innegable.

Eric, has escuchado mucho sobre las sombras en mi vida -comienzo, la voz un tanto ronca por la anticipación de empezar a abrirme a él.

-Pero hay llamas también, momentos de puro fuego que me han definido tanto como cualquier lucha.

Eric asiente, su pluma esta lista.

-Háblame de uno de esos momentos, Dominik -me dice mientras me observa.

Respiro hondo, cerrando los ojos un instante, dejando que las imágenes vuelvan a mí.

Fue en un festival de música. Ahí estaba él, Marco, un bailarín cuya actuación había incendiado la noche. Después del espectáculo, lo encontré solo, aún vibrante con la energía de su danza. Estaba sin camisa, su piel brillando bajo las luces de neón que salpicaban el área.

Nos vimos y algo en su mirada me desafió a acercarme. Hablamos primero de música, de danza, pero cada palabra estaba cargada de un subtexto eléctrico. Él propuso alejarnos de la multitud, y yo, impulsado por un deseo que podía sentir pulsando en mis venas, acepté sin dudar.

Eric escucha, su mirada nunca apartándose de la mía, capturando cada palabra.

Llegamos a un rincón oscuro cerca del río, donde solo el sonido del agua y el eco distante de la música llenaban el aire. Marco se volvió hacia mí, su cuerpo a centímetros del mío, sus ojos fijos en los míos. No hubo necesidad de palabras. Nuestro primer beso fue voraz, un choque de labios y lenguas que sabía a promesas y peligro.

Me empujó suavemente contra un árbol, sus manos expertas en explorar cada parte de mi cuerpo, descubriendo rápidamente lo que me hacía temblar. El sonido de nuestra respiración se mezclaba con los susurros nocturnos del bosque mientras él dejaba marcas de deseo por todo mi cuello, marcando su territorio con cada toque.

Marco se arrodilló frente a mí, y en ese instante, sentí que toda la energía del universo se concentraba en el espacio entre nosotros. El suave crujir de las hojas bajo sus rodillas se mezclaba con el ritmo de nuestros corazones acelerados. Él levantó la vista hacia mí, sus ojos brillando con un fuego que reflejaba la luna creciente sobre nosotros.

Sus manos, siempre tan seguras y decididas, viajaron desde mis rodillas hasta mis caderas, dibujando un camino ardiente que me hizo jadear. Cada toque era tanto una pregunta como una afirmación, explorando y reafirmando conocimientos que parecían escritos en nuestros cuerpos. La intensidad de su mirada no vacilaba, como si pudiera ver a través de mí, descubriendo deseos que ni siquiera yo sabía que tenía.

Levanté una mano para acariciar su cabello, tirando suavemente de él para guiar su cabeza hacia donde más lo deseaba. Marco respondió con un gruñido bajo, una vibración que sentí hasta el alma, y obedeció sin dudar. La sensación de sus labios y luego, su lengua, en contacto con la piel sensible me hizo arquear hacia él, anclando una mano en el árbol detrás de mí para mantener el equilibrio.

La combinación de la brisa fría de la noche y el calor abrasador de su boca era electrizante. Cerré los ojos, entregándome a la oleada de sensaciones que Marco evocaba. El mundo se redujo a este rincón oscuro junto al río, donde solo existíamos él y yo y el intercambio frenético de energía entre nosotros.

Marco intensificó sus esfuerzos, su fervor alimentado por cada uno de mis suspiros y gemidos. Sus manos agarraron mis caderas con fuerza, sus dedos presionando con una urgencia que me impulsaba hacia él, cada vez más profundo. La forma en que me movía bajo su influencia era primal, una danza tan antigua como el tiempo mismo, llevada a cabo bajo la atenta mirada de las estrellas.

Cayendo En La Tentación [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora