Aguas curativas

123 16 38
                                    

Blackwell caminaba furioso en dirección a la habitación de Adeline. Escuchó un rumor que se había propagado por el castillo donde la chica dos días después de ser atacada recorría los pasillos y habitaciones del palacio. En el momento en el que aquel contexto viajó a los oídos del príncipe, se levantó airado. Él, hace dos días fue capaz de observar cómo Adeline apenas podía moverse y respirar.

La irresponsabilidad del Doctor con quien dejó a Adeline lo abrumó de sobremanera. Por lo que al llegar a su destino y no ver a la muchacha allí le hizo confirmar todo.

- ¿Puede explicarse por qué la chica no está aquí? Debe estar descansando.

-Es un malentendido. – susurró el doctor, temeroso.

- ¿Ah sí? Usted mismo fue quien pidió el menor movimiento posible para ella y ahora resulta que ni siquiera está en su habitación.

-Su alteza, estoy consciente de los rumores que se han esparcido desde la llegada de la joven, pero déjeme decirle que ninguno es cierto. Hoy es la primera vez que sale.

- ¡¿Y dónde está?!

-En los jardines de cristal. La envié con enfermeras a las aguas curativas. De esa manera se podrán eliminar los moretones y reducir la hinchazón de las heridas. Le prometo, su alteza, que he estado cuidando de la Señorita Adeline tal y como me lo ordenó.

Blackwell tragó con incomodidad. Luego de la explicación del doctor se dio cuenta que su manera de hablar fue exagerada. En lugar de investigar y corroborar la información como acostumbraba, simplemente actuó insensatamente.

Se dejó guiar por simples rumores.

-Mi príncipe. – dice la enfermera a su lado, cabizbaja – Si desea, puedo acompañarlo a verla. A pesar de sus heridas ella tiene el ánimo de mejorar. Lamentamos...

-No. – decidió responder. – Soy yo quien lo lamenta. No debí alterarme sabiendo que usted y su equipo son de los mejores en el reino. Saben muy bien lo que hacen. – miró a la mujer. – Gracias por la oferta pero iré solo. Doctor. – se despidió.

Caminó con paso decidido a las aguas mientras dejaba huir la tensión a través de sus dedos.

Aquel era un jardín tan extenso y verde que simulaba ser un valle. El cielo del mismo era su parte favorita. Estaba hecho de vidrio por lo que aquel era el único lugar del palacio donde la luz del día y la oscuridad de la noche circulaban naturalmente.

Allí la reina Celina, antes de fallecer pasaba la mayor parte del día, observando el ir y venir al sol, estudiando los cielos, la noche y las estrellas. Quitó la mirada de lo alto y siguió su camino.

Que descanse con los dioses.

Cuando llegó a las puertas de las aguas curativas, ni siquiera se detuvo a pensar en su siguiente acto. Simplemente entró.

Blackwell se encontró con Adeline desnuda y de espalda, la mitad de su cuerpo sumergido en el agua mientras que la otra era limpiada cuidadosamente por las enfermeras, las cuales se alejaron al notar la presencia del príncipe.

Adeline, inocente, no cubrió su cuerpo al girar por lo que Blackwell tuvo que apartar rápidamente su mirada de la escena. Su intención de no tentarse fue en vano, pues la imagen de la chica con su piel y cabellos húmedos debido al vapor junto con sus mejillas rosadas se guardó y repitió una y otra vez hasta que ella habló.

Esta vez estaba cubierta por el agua hasta su barbilla y con un sonrojo más pronunciado.

-Su alteza. ¿Qué hace aquí?

-Es mi palacio. – Se acercó tan solo unos pasos. – Jamás he tocado una puerta. – por el rabillo del ojo vio cómo las enfermeras se retiraron y cerraron con llave la habitación. Aquel sonido retumbó fuerte dentro de las paredes.

Ecos de TelikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora