Bolsa de oro

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Tanto Blackwell como Adeline se hallaban dentro del carruaje, la sonrisa en la chica no desaparecía y eso a él le causaba gracia. – Lo hizo bien.

-Fue estupendo – rio carismática. – Nunca había hecho un tiro tan perfecto. - lo miró a los ojos y él inclinó su cabeza ligeramente a la izquierda.

-No conozco a mucha gente que acepten mis halagos y ni mucho menos que los realce, mayormente lo niegan por no ser merecedores de mis palabras. Es divertido oír como usted ni siquiera los agradeció.

Adeline mordió su lengua recordando con quien se encontraba.

-Mi señor, lo lamento, la situación nubló un poco mi mente. Agradezco profundamente su comentario.

-No lo lamente, Adeline. Sé que usted no carga con malas intenciones, y no demuestra ni un ápice de insolencia. Además, bajo esta máscara, me hizo sonreír genuinamente. – palmeó sus propios muslos para regresar a la realidad. – Luego de ir a dejarla a usted, regresaré al palacio. Verificaré personalmente el progreso de la señorita Cefora.

-Por supuesto, muchas gracias, mi señor.

A petición de Adeline, Blackwell se detuvo detrás de una vieja y olvidada tienda de zapatos donde prácticamente no asomaba ni un alma. Ella bajó del carruaje y le agradeció nuevamente acompañada de una reverencia de rodillas.

-Nunca podría pagarle todo lo que hizo hoy, su alteza.

-Al contrario, Adeline, por darme parte de su tiempo y ser una leal súbdita, le suplico que acepte esto. - Depositó suavemente una bolsa de monedas en sus manos. – Usted dijo que su motivo para pelear era el dinero, sin embargo, lo que mostró allá era más que una simple participante de luchas clandestinas, a usted le gusta, la puntería y la precisión es un arte, cobre su tiempo señorita Adeline.

Respondió rápido y tomó la bolsita con monedas, pues no era una tonta. Sin abandonar la reverencia en agradecimiento, esperó a que el carruaje avanzara.

-Adeline, míreme. – Blackwell extendió su mano para alzar la cabeza de la mujer. Ella sintió una extraña sensación en el pecho por aquel toque. Y más cuando el príncipe parecía contemplar su rostro – Espero que nos encontremos pronto y vuelva a sorprenderme.

Cerró la puerta y procedió a marcharse.

Adeline aún ida en sus pensamientos por el día tan desequilibrado que tuvo, se atrevió a revisar la bolsa. Respiró entrecortadamente al ver que dentro había por lo menos treinta monedas de oro.

Aquello era una segunda oportunidad.

Guardo la bolsa bajo los holanes de su vestido y se encaminó por el mercado, una que otra persona la quedaba viendo extraño por la acción que cometió, ya estaba oscureciendo y, a pesar de ya no haber un sol brillante, el cielo aún iluminaba todos aquellos rostros.

Llegó a una pequeña panadería, bastante pequeña y bonita. Respiró hondo antes de entrar con una sonrisa en los labios.

- ¡Buenos días, amigos! – Al hacer una entrada feliz esperó una reacción igual, pero toda la familia de Jacob la quedó mirando como si se tratará de un fantasma.

La madre de Jacob se acercó lo más rápido con su silla de ruedas al grado de casi atropellarla. La sujetó fuerte de una oreja.

- ¿Quieres morir? ¿Cómo se te ocurre lanzar un arma tan cerca del príncipe? ¿Y si hubiera pasado algo? – Adeline se zafó. – Te cortarán la cabeza.

-Lydia, la hierba mala nunca muere. Además, lo que hice al príncipe le pareció correcto.

Su enojo pareció crecer por su comentario.

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