Invitación

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Los días pasaron tranquilos y Adeline logró sanar por completo. El doctor quien la supervisó durante todo su tratamiento decidió por fin darle el alta. Sin embargo, antes siquiera que surgiera la idea de irse, un arreglo floral la esperaba en el cuarto que le fue proporcionado.

Leyó una nota.

Adeline.

Es invitada a un baile esta noche. La espero en el salón de las velas al ocaso. Acompáñeme a cenar.

Blackwell.

-Parece una serie de instrucciones. – soltó descontenta, pero vió el nombre del príncipe en cursiva, escrito a mano y al desnudo. Su expresión se relajó unos segundos y repitió la palabra final en un susurro. Parecía casi un crimen llamarlo por su nombre.

Al descender el sol, su alteza y Adeline se reunieron. Ambos estaban sentados en las cabeceras de una infinita mesa en espera de la cena.

Adeline cuestionaba en su cabeza cómo es que el príncipe comería con la máscara, tal vez él le permitiría ver su rostro esta noche.

-Se ve hermosa en ese vestido, Adeline. – dijo escudriñando de arriba abajo. – El azul le queda bien.

-Es uno de mis colores favoritos.

-¿Cuál es el primero?

-El rojo.

Sonríe.

-Le debo una disculpa por lo que pasó en las aguas curativas. Me comporte como un patán y me avergüenzo de ello.

-Al parecer es cierto. Luego de eso no volví a saber de usted.

-¿Es cierto lo de ser patán o lo de mi vergüenza?

-Sobre su vergüenza, por supuesto. - contestó con una sonrisilla.

-Cada vez que quise ir a visitarla la última imagen que tengo de usted me hacía retroceder. Quisiera parecer decente a sus ojos al menos mientras nos conocemos.

-¿Siempre dice todo lo que piensa?

-No tiene idea lo que realmente pienso. – Blackwell sonrió. – Adeline, he tenido esta pregunta desde que llegó al palacio. La caja musical que usted pidió que se le trajera, ¿La hizo con sus manos?

Al escuchar esa pregunta, ella abandonó la barrera de formalidad y sonrió como si alguien normal le hubiera consultado eso. – Yo no poseo esos talentos. Hay un inventor cerca del mercado central, un hombre muy talentoso, crea un millar de genialidades. Él la hizo.

-Quizá compre una. ¿Las vende?

-No, él se encarga más bien de arreglar cosas. El señor Baltazar me la regaló por casualidad.

-¿Casualidad?

-Es una larga historia.

Blackwell con un movimiento de su mano dio el pase para que siguiera hablando.

-Él me la obsequió hace años. El señor Baltazar me atrapó cuando escapé de mi primer hogar, yo estaba intentando robarle unos metales raros del bolsillo...

Bajo la máscara, Blackwell elevó una de sus cejas. – ¿Robar?

-En mi defensa, no tenía nada de dinero, y nadie me dio la oportunidad de trabajar. Era mujer, una niña apenas. Yo sin más opciones vi a un hombre que parecía distraído. – notando como el príncipe la juzgaba con la mirada siguió contando. – El hambre muchas veces puede más que la moral, su alteza. – Se encogió de hombros. – Lucia como un buen plan.

-Es evidente que no fue así.

Adeline asiente con una sonrisa.

-Antes de poder tocar esos metales, atrapó mi mano dejándome sin escapatoria. Yo me asusté mucho, estaba consciente que los castigos por robo eran la amputación de alguna extremidad, humillación pública, – Bajó un segundo su rostro y susurro amargamente. – latigazos hasta que se te desprenda la piel. En ese momento ya me imaginaba sin una mano, pero, para mí sorpresa él solo preguntó. "¿Cuál es tu insecto favorito, niña?"

Ecos de TelikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora