Cicatrices

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Regresando a casa esa noche, Blackwell esperaba a la pelinegra, sentado en los peldaños de su morada. Con el mismo atuendo de mercader que siempre.

En cuanto ella lo notó, corrió hacia él, sonriente y lo reverenció. – Mi príncipe. – Blackwell había extendido los brazos malentendiendo que Adeline había corrido a abrazarlo, los bajó casi de inmediato. – Mil gracias por darnos esta oportunidad. No lo defraudaremos.

-No los hubiera elegido para mi circo, si supiera que me defraudarían, por mucho que usted me guste, nunca hago favoritismos. Los elegí por su trabajo.

-Eso es mucho mejor. – Adeline sin previo aviso bajó el antifaz del hombre y lo besó. – ¿Quiere comer algo?

Esto es mucho mejor....

-No tengo mucha hambre, aunque sí me encantaría beber aquel vino de la otra vez. – tomó la chaqueta que traía la mujer por el cuello y la bajó lentamente por sus brazos. – Me trae buenos recuerdos. - Su rostro perdió gracia al ver grandes moretones en sus hombros. - ¿Peleando otra vez?

-Gané.

-¿Necesita algo para el dolor? – Acaricia sus moretones. – Debería descansar. ¿Cómo cura sus heridas?

-Tengo todo lo necesario en el compartimiento de arriba. – advirtió como el príncipe comenzó a husmear entre las pomadas y medicina.

Blackwell junta sus cejas.

También había agujas para coser la piel.

-¿Se cura usted sola?

-Si, la mayoría de las veces, Talana me enseñó, ella es, además de las que nos da los golpes, nos cura. A cambio de dinero claro, pero como yo le agrado decidió enseñarme, y así es más fácil y económico.

- ¿Por qué no va con un doctor?

Adeline ríe. – ¿Doctor? ¿Aquí? Existen muy pocos individuos relacionados con la medicina en el pueblo, hay más curanderos tradicionales, de aquellos que usan hierbas, analgésicos o aceites naturales. Al menos así es en el primer distrito, ni idea como será en los otros.

-Entiendo. Permítame. – La recuesta en la cama y Adeline reacciona con pánico.

-No es necesario.

-Déjeme hacerlo. – Ante la negativa de la mujer, el príncipe se vio algo ofendido. – No planeo tener pensamientos inapropiados si se baja la blusa, solo deseo que sane bien. – Adeline intentó explicarle la situación, aunque ninguna palabra salió de su boca. – ¿Hay otra razón del porque no me permite ver?

Sin quitarle la vista a la pelinegra, este desliza su blusa con demanda y le da la vuelta.

Ve su espalda repleta de heridas y moretones, una combinación amarillenta y morada. Le parecía entendible debido a las peleas, pero de cierta manera ver aquello le trajo una amarga sensación. Lo que más le sorprendió más allá de los moretones fueron las decenas de delgadas cicatrices que decoraban toda el área de su espalda.

Parecían haber sido de hace bastante tiempo peró él no recordaba haberlas visto ese día en las aguas curativas.

- ¿Quién le hizo esto?

-Mi contrincante.

-Sabe perfectamente que habló de las cicatrices.

Adeline cerró los ojos porque sabía que lo que iba a decir no le gustaría al príncipe. – Me castigaron con cincuenta latigazos en público por pedir ley de sustitución hace unos años.

A Blackwell se le heló la sangre. – ¿A quien reemplazó?

-A una niña... Una niña de tan solo doce años quien había robado unas joyas y la atraparon. Fue gracioso... Yo hice exactamente lo mismo a esa edad. La única diferencia es que quien me atrapo a mi fue el Señor Baltazar, a ella, un comandante. – Adeline sonrió nostálgicamente. – Cincuenta latigazos con el torso desnudo en ese pequeño cuerpo, contando los cientos de personas observando alrededor. ¿Se imagina? La hubiera destrozado.

Ecos de TelikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora