Primera noche

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Esa noche, Adeline desconocía qué pasos dar. Hace unos meses le temía al príncipe sin rostro. Lo creía cruel, violento e inhumano, una copia de lo que es y siempre ha sido el rey Kow. Luego del tiempo transcurrido, aprendió a ver más allá de su fachada inquebrantable. Ocultaba curiosidad, interés en su pueblo, la joven pelinegra advertía un ápice de empatía en el príncipe, como él analizaba a las personas, como en ciertas ocasiones las imitaba. Se hacía notorio los intentos de adaptarse a lo que es su gente. Adeline deseaba, anhelaba con todas sus fuerzas creer que Blackwell era el salvador del reino. El primer monarca en siglos que se atreviera a nadar en contra de la corriente.

Es solo que con solo estar a su lado, cualquiera sabría que él guarda secretos. Secretos más grandes y severos de los que se pueden pensar. Si tan solo le fuera posible desenmascarar, traer a la luz los pensamientos o experiencias más terribles de aquel hombre, tal vez tendría idea de cómo proceder.

Era consciente de que Blackwell traería caos e incertidumbre a su vida. Era seguro. Y aun así le permitió el paso.

Esa noche, Adeline y Blackwell durmieron en la misma cama. Cara a cara cerraron sus ojos luego de susurrarse hasta el cansancio. El príncipe fue el primero en caer. A pesar de que sus pies sobresalían del borde del catre, su cuerpo se relajó al grado que sus hombros ya no parecían ocupar tanto espacio. Adeline con exclusiva atención contempló el rostro del hombre.

Sorprendentemente era atractivo, por lo que Adeline supuso que adquirió la belleza de su madre, la Reina Celina. Ojos rasgados, encapuchados, sutilmente caídos y oscuros, su mirada poseía un encanto singular. Su nariz destacaba, era puntiaguda, alta, aunque no recta, esta incluía un relieve que la hacía lucir bastante masculina. Cejas rectas y tupidas, a excepción de la izquierda que se hallaba casi sin cabellos. Pues su quemadura le cubría la mitad de la misma.

Adeline ensombreció.

La cicatriz abarcaba casi toda la mitad de su faz hasta más allá del cuello, sospechaba que lo que le dijo una vez Talana era cierto, tal vez esta, si se extienda incluso por su torso, pues le llega hasta la mano.

Una herida tan extensa como la suya seguramente requirió años de tratamiento para sanar, injertos de piel, cremas y operaciones. A pesar de todo, su piel luce bastante bien a lo que sería una quemadura por ácido sin ninguna intervención.

Sentía pena por él.

Lo mantuvieron encerrado por años en aquel castillo debido a la estética de su apariencia, se ha visto obligado a cubrirse casi por completo ante la vista ajena, pero era tan lindo.

Poseía una ternura única, una apariencia cautivadora. Sin aquella máscara que representaba su jaula se hallaba un hombre con una mirada y un tacto mucho más cálido que el de su padre.

Abandonando todo pensamiento Adeline se permitió cerrar sus ojos y dormir.

Blackwell al día siguiente fue el primero en despertar. Pasó bastante tiempo desde la última vez que durmió más de seis horas seguidas. Antes de levantarse notó como los rayos de sol que se colaban por la ventana iban directo al rostro de la mujer. Si estos estuvieran dirigidos a él, enfurecido, creería que es un horrible comienzo de día, pero ella parecía tranquila, disfrutaba de esa luz. Sus mejillas pintadas de un suave rojizo lucían unas marcas ocasionadas por las mismas sábanas, y su cabello, el cual parecía ser una obsesión para aquel hombre, resplandecía suelto.

Rio sin sonido cuando notó una línea de baba recorrer la mejilla de la misma.

Es muy bonita.

Le alegró que ella aceptará la petición tan desvergonzada de ayer.

Besó su mejilla y dejó una nota agradeciéndole el tiempo.

Ecos de TelikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora