VII

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El baño del internado Altair había sido alguna vez un santuario donde las preocupaciones se desvanecían como el vapor que serpenteaba por el aire.

Pero hoy, el lugar respiraba una tensión sofocante, como si el vapor, en vez de calmar, tratara de asfixiar.

Las gotas que caían de los grifos no eran alivio, sino el tic tac de un reloj que contaba los segundos de una tormenta a punto de desatarse.

El aroma a antiséptico apenas podía ocultar la tensión que se cernía sobre el lugar, como un velo invisible pero aplastante.

Las baldosas, de un blanco casi cegador, no hacían sino intensificar la sensación de frío, como si el lugar entero absorbiera la frialdad del alma de quien ahora estaba sentado en una banca, sus manos temblorosas mientras limpiaba con torpeza las heridas que recorrían sus brazos.

La piel enrojecida con unas pocas cicatrices recientes parecía una pintura abstracta, cada trazo de dolor grabado como marcas de guerra sobre su cuerpo.

Cada movimiento de la toalla era una punzada, un recordatorio de la batalla interna que no dejaba de librarse dentro de él.

Cada latido de su corazón, una chispa que mantenía viva la furia en su interior.

Intentaba calmarse, respirar.

Pero la ira era una bestia que no se dejaba contener fácilmente, burbujeaba en lo más profundo de su ser, como lava hirviente, buscando una grieta por donde escapar.

El sonido de unos pasos rompió el silencio denso y estancado del baño.

El eco suave sobre las baldosas de cerámica lo sacó bruscamente de su ensimismamiento.

Sus ojos se fijaron en la puerta, una mezcla de sorpresa y exasperación atravesó su rostro.

No esperaba visitas.

La puerta se abrió lentamente, revelando una figura conocida.

El cisne, con su porte etéreo y su andar casi flotante, se detuvo en el umbral, sus ojos cargados de preocupación.

— ¿Puedo entrar? — La voz del omega, temblorosa y suave, se deslizó como una caricia a través del aire denso. Parecía que incluso hablar en voz alta rompiera el frágil equilibrio de la atmósfera.

Levantó la vista, y por un momento, el cansancio se hizo visible en cada facción de su rostro. La tristeza brillaba en sus ojos, pero no había sido invitada.

Forzó una sonrisa seca, amarga, que se desvaneció tan rápido como apareció.

— Este es el baño de alfas, ¿sabes? — dijo, en un intento por sonar ligero, pero su tono arrastraba la acidez del desdén y la profunda fatiga que lo consumía.

Jin soltó una risa nerviosa, tan frágil como el cristal, temiendo romperse en mil pedazos con el más leve toque.

Sus pasos vacilantes parecían un baile incierto, oscilando entre la duda y el miedo, como un cisne navegando en aguas turbulentas, sabiendo que podría ser arrastrado en cualquier momento.

Avanzaba con cautela, cada movimiento lo hacía parecer más frágil bajo la luz fluorescente que revelaba los delicados contornos de su rostro, iluminando una tristeza que no necesitaba palabras.

Se acercó hasta el borde de la banca, quedándose de pie junto a él, un espectador de la desolación ajena.

— ¿Estás bien? — preguntó, aunque sabía la respuesta.

Su voz era casi un susurro, una gota que caía en un estanque ya agitado.

Lo miró de reojo, sus ojos aún encendidos con la ira que chisporroteaba bajo su piel.

Back to Instinct [N.J, Y.M, V.K, V.H]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora