III

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El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas, proyectando rayas doradas sobre la cama. 

El canto lejano de los pájaros y el susurro de las hojas en el jardín daban una sensación de calma, aunque la ausencia del zorro hizo que el silencio en la habitación se sintiera un poco más pesado. 

Realmente no era nada extraño; el zorro solía ser bastante distante. 

Había veces en las que no lo veía en todo un día; solo llegaba a dormir y a la mañana siguiente desaparecía. 

Aunque su curiosidad picaba por saber qué mantenía tan ocupado al omega, prefería no entrometerse. 

Había aprendido que el pelirrojo valoraba su privacidad y respetaba eso, a pesar de su deseo de conocer más sobre su amigo.

Después de un baño rápido y de vestirse, salió de la habitación. 

Su estómago gruñó, recordándole que, aunque el comedor era un lugar incómodo, no podía evitarlo.

El comedor bullía de vida; estudiantes y profesores se mezclaban en un mar de risas y conversaciones, un ruido estridente que golpeaba sus oídos como una ráfaga incesante. 

Cada paso suyo parecía resonar con mayor peso sobre el suelo de mármol, como si el ambiente lo acusara de algo que ni él mismo entendía. 

Las miradas burlonas de algunos alfas se clavaban en su espalda, afiladas como espinas que le recordaban que su presencia no era bienvenida en aquel mar de falsas sonrisas.

Llegado a ese punto, había perdido el apetito, pero sabía que debía comer algo. 

Así que, tragándose su orgullo, si es que quedaba algo de eso en él, se dispuso a escoger algunas verduras y panes para comer, además de un delicioso jugo de manzana para acompañar.

Se sentó en la zona más alejada del comedor, en completa soledad, y comenzó a comer sus alimentos, arrepintiéndose de no haber llevado consigo un libro o algo con que distraerse.

El aroma de la comida se mezclaba con el de la tensión en el aire, y cada bocado se sentía como un esfuerzo más por mantener la compostura.

Devoró su comida, deseando salir rápidamente de ahí. 

Aún faltaban unas horas para entrar a clases, por lo que tenía tiempo de ir a revisar sus preciosas plantas.

Después de desayunar, salió del comedor con un suspiro de alivio. El bullicio y las miradas siempre lo hacían sentir fuera de lugar. 

Caminó lentamente por los pasillos del internado, observando a los estudiantes mientras se dirigía a su refugio favorito. 

Los alfas, siempre dominantes y llenos de energía, reían y charlaban en voz alta. 

Los omegas y betas, por otro lado, se movían con más cautela, encontrando su lugar en los rincones más tranquilos del internado.

Al acercarse al jardín de hierbas, sintió cómo el peso del bullicio se desvanecía, reemplazado por el susurro apacible de las hojas y el trino lejano de los pájaros. 

Cada paso que daba lo llevaba a un refugio donde el aire era fresco y claro, lejos de las miradas burlonas y la falsa camaradería del comedor 

El aroma a tierra húmeda y plantas recién regadas lo envolvió, creando un remanso de paz que calmaba el nudo en su pecho. 

Allí, entre el verde de las hierbas, podía al fin respirar.

El jardín de hierbas era un oasis de tranquilidad en medio del bullicio del internado. 

Back to Instinct [N.J, Y.M, V.K, V.H]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora