Corazones en juego

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Giselle había intentado mantenerse lo más alejada posible de Rafe Cameron. Sabía lo que él representaba: problemas, peligro y una constante manipulación. Sin embargo, esa tarde se cruzaron por casualidad en el puerto. Giselle estaba recogiendo unas cosas para su madre cuando Rafe la interceptó, con su mirada fría y sonrisa calculadora.

—¿Qué hacés acá sola? —preguntó Rafe, acercándose lentamente. Giselle sintió un escalofrío, pero intentó no demostrarlo.

—Nada que te importe, Rafe —contestó ella, intentando sonar indiferente. Quería pasar de largo, pero Rafe la detuvo con un gesto.

—¿Sabés, Giselle? Escuché algo interesante. Algo sobre tu padrastro... Michael, ¿no? —dijo Rafe, clavando sus ojos en los de ella. Giselle se quedó helada.

—No sé de qué hablas —intentó disimular, pero su voz tembló.

Rafe sacó su teléfono y mostró un video corto: Michael gritándole a Giselle en la puerta de su casa, diciéndole que no valía nada y que debería obedecerlo. Era un clip corto, pero suficiente para humillarla si llegaba a manos equivocadas. Giselle sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Giselle, sin poder contener su pánico.

—Digamos que tengo mis fuentes. Y no te gustaría que esto se hiciera público, ¿no? —Rafe sonrió con malicia—. Pero no te preocupes, no tengo intención de compartirlo... siempre y cuando hagas lo que yo diga.

Giselle apretó los dientes, sabiendo que Rafe tenía el control. Estaba a punto de marcharse cuando Rafe la detuvo con su próxima jugada.

—Hay algo más. Mi papá quiere cerrar un negocio con tu familia. Algo grande, que podría salvarlos de la ruina. Pero claro, eso depende de vos. Si estás conmigo, todo sigue en orden; si no... bueno, creo que tu mamá podría quedarse sin su querido hogar, y vos sin tu cómoda vida.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Giselle entendió que Rafe la tenía acorralada desde todas las direcciones posibles. No se trataba solo de su padrastro, sino también de la estabilidad económica de su familia. Todo estaba en juego, y lo peor era que no podía decírselo a nadie, ni siquiera a J.J., porque sabía que si él se enteraba, todo explotaría.

—Entonces, ¿qué decís? —presionó Rafe, acercándose peligrosamente a Giselle—. No es tan difícil. Salís conmigo, y yo mantengo todo bajo control.

Giselle tragó saliva, sin más opciones a la vista. Sentía que su mundo se desmoronaba, y aunque odiaba cada palabra que Rafe decía, no veía una salida sin que alguien saliera lastimado. Asintió lentamente, con el corazón roto y la mente llena de dudas.

Esa noche, al mirar el mar desde su ventana, Giselle sintió que el agua no era lo único que la estaba ahogando. Sabía que estaba tomando una decisión que la cambiaría para siempre.

Esa noche, Giselle intentó actuar como si nada pasara, pero el peso de la conversación con Rafe la aplastaba. Durante la cena, su madre intentaba mantener una charla liviana, pero Giselle apenas escuchaba. Michael, en cambio, la observaba con esa mirada dura de siempre, como si supiera que había algo que ella ocultaba.

Cuando la cena terminó, Giselle se encerró en su cuarto. Sus pensamientos iban y venían; quería llamar a J.J., contarle lo que había pasado, pero sabía que si lo hacía, todo podría empeorar. Su madre necesitaba el dinero del negocio con los Cameron, y si Rafe soltaba el video, el escándalo podría destruirlos.

Unos golpes en su puerta la sacaron de sus pensamientos. Michael entró sin esperar respuesta, y Giselle se tensó. Había una mezcla de alcohol y rabia en sus ojos, y ella sabía lo que eso significaba.

—¿Con quién anduviste hoy? —preguntó Michael, su voz era baja pero cargada de veneno. Giselle no respondió, sabiendo que cualquier palabra podría ser un detonante.

—¿No me escuchaste? ¡Te hice una pregunta! —gritó él, acercándose bruscamente. Giselle retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared.

—No estaba con nadie... solo fui al puerto por unas cosas —mintió, intentando mantener la calma. Michael la miró con desconfianza, pero finalmente se dio la vuelta y se marchó, dejándola temblando.

Esa noche, Giselle apenas durmió. La imagen de Rafe con esa sonrisa de satisfacción no dejaba de aparecer en su mente. No solo la tenía atrapada, sino que también tenía el poder de destrozar a su familia. Sabía que si se resistía, Rafe no dudaría en cumplir sus amenazas.

A la mañana siguiente, Rafe apareció en su casa. Giselle se sorprendió al verlo tan temprano, pero no podía mostrar debilidad.

—¿Qué hacés acá? —le preguntó, intentando sonar firme, aunque por dentro se desmoronaba.

—Solo vine a recordarte que lo que hablamos ayer va en serio. Tu mamá no necesita más problemas, y vos tampoco. —dijo Rafe, echando un vistazo a la casa—. Yo puedo hacer que todo esto desaparezca, Giselle. Pero vos tenés que poner de tu parte.

Michael apareció en el umbral, observando la escena con recelo. No le gustaba Rafe, pero tampoco se interpondría si había algo que sacar de beneficio.

—Espero que no me estés metiendo en más problemas, nena —dijo Michael, sus palabras cargadas de advertencia.

Giselle miró a Rafe y luego a su padrastro. Sabía que ninguno de los dos era su aliado, pero ambos la tenían atrapada. Apretó los puños y asintió a Rafe, aceptando lo inevitable. Sabía que esto era solo el comienzo de algo que se volvería mucho más oscuro y complicado de lo que jamás había imaginado.

Rafe sonrió, triunfante. Había ganado una partida más en su juego retorcido, y Giselle estaba justo donde él quería.

Rafe no le dio tiempo a Giselle para pensarlo. Esa misma noche la obligó a ir a una fiesta en la casa de los Cameron. Ella se arregló a regañadientes, sintiendo que cada prenda que se ponía era una pieza más de su propia prisión.

Al llegar, las miradas se dirigieron a ellos. Rafe no perdió tiempo y entrelazó su brazo con el de Giselle, exhibiéndola como un trofeo. Cuando entraron al salón principal, la música estaba alta y la gente bailaba, pero la atención se centró en ellos en cuanto Rafe hizo su anuncio.

—¡Gente, esta es mi chica, Giselle! —dijo con una sonrisa arrogante, besándola frente a todos. Giselle apenas logró contener el asco y la vergüenza.

Al otro lado de la sala, JJ, Kiara, Pope, Sarah y Jhon b miraban la escena con incredulidad. JJ sintió que el mundo se desmoronaba; solo unas horas antes habían estado juntos, felices, y ahora la veía con Rafe. No entendía nada, pero la tristeza y la rabia se mezclaban en su pecho.

—¿Qué está pasando? —susurró Kiara, tratando de conectar los puntos.

Giselle no se atrevió a mirarlos. Sabía que esa noche lo cambiaría todo. JJ se apartó, sin poder soportar lo que veía, y ella sintió un nudo en la garganta, sabiendo que había perdido mucho más de lo que podía soportar.

El ruido de la fiesta siguió, pero para ellos, el silencio lo invadió todo.

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