Capítulo 11: Un Nuevo Comienzo en Italia

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El sol brillaba intensamente sobre el cielo despejado de Italia mientras el taxi avanzaba por las serpenteantes calles rurales. Dulce no podía contener la emoción que sentía en su pecho. Miraba por la ventana, observando cómo el paisaje verde y dorado se extendía a su alrededor, con campos de viñedos y flores silvestres que adornaban el camino. En cuestión de minutos, la villa italiana que ahora sería su hogar apareció frente a ella, y su corazón latió con fuerza.

—Estamos aquí, preciosa —dijo Christopher, con una sonrisa en los labios mientras le apretaba suavemente la mano.

Dulce sonrió al escucharlo. Desde que habían decidido dejarlo todo atrás y mudarse a Italia, la vida había comenzado a brillar con una luz nueva para ella. Era un nuevo comienzo, lejos de las miradas y del peso de los secretos. Un lugar donde podía ser simplemente Dulce, la mujer enamorada de Christopher, su amor verdadero.

Al bajarse del taxi, el aire fresco la envolvió, y sus ojos se posaron en la impresionante villa. La casa tenía una arquitectura antigua, pero con un encanto atemporal. Estaba rodeada por jardines llenos de flores y árboles frondosos, y la fachada estaba cubierta por hiedra que le daba un toque romántico. Todo parecía sacado de un sueño.

—Es... es increíble, Chris —dijo Dulce, sin poder apartar la mirada de la casa.

Christopher sonrió, tomando sus maletas y las de Dulce del maletero del taxi antes de acercarse a ella.

—Bienvenida a casa, mi amor. —Le dio un suave beso en la frente y la tomó de la mano—. Vamos, quiero enseñarte todo. Este es el lugar donde vamos a vivir nuestra nueva vida.

Dulce lo siguió, aún maravillada por todo. Al cruzar la puerta principal, el interior de la villa la sorprendió aún más. Las grandes ventanas permitían que la luz del sol iluminara cada rincón, y los muebles de estilo rústico pero elegante encajaban perfectamente con la atmósfera cálida y acogedora del lugar.

—Es tan hermoso... —susurró Dulce, mientras caminaba por la amplia sala de estar.

Christopher la observaba con una sonrisa en el rostro, encantado por la reacción de ella. Sabía cuánto había deseado Dulce un lugar donde pudieran estar tranquilos, sin la sombra de los secretos que habían marcado su relación hasta ahora.

—Y aún no has visto lo mejor —dijo él, tomándola suavemente de la mano para guiarla hacia el segundo piso.

Subieron las escaleras y llegaron a la terraza, desde donde se podía ver una vista impresionante del campo italiano. El paisaje se extendía hasta el horizonte, con colinas cubiertas de viñedos y pequeños pueblos a lo lejos.

—Aquí es donde vamos a desayunar cada mañana, a ver el atardecer... —murmuró Christopher, envolviéndola en sus brazos desde atrás.

Dulce sonrió y se recostó contra su pecho, disfrutando de la calidez del abrazo de Christopher y de la tranquilidad del lugar. Todo se sentía perfecto, como si finalmente hubieran encontrado el espacio que tanto necesitaban para ser felices.

—Es tan perfecto... no sé cómo agradecerte por todo esto, Chris.

Él la giró suavemente hacia él, acariciando su mejilla con ternura.

—No tienes que agradecerme nada, preciosa. Este es nuestro lugar, nuestra nueva vida. No hay secretos aquí, solo tú y yo.

Dulce lo miró con los ojos brillando de emoción. Se había teñido el cabello de un color rojo intenso antes de llegar a Italia, y desde entonces, Christopher no dejaba de llamarla "mi pelirroja". Sentía que ese nuevo look reflejaba el cambio en su vida, la decisión de dejar atrás todo lo que había sido y abrazar un futuro lleno de amor y libertad.

—Te ves hermosa, ¿sabes? —susurró Christopher, acercando su rostro al de ella—. Me encanta este nuevo look. Eres mi pelirroja, solo mía.

Dulce sonrió, con el corazón latiendo rápido al escuchar esas palabras. Christopher siempre encontraba la manera de hacerla sentir especial, y en ese momento, mientras sus labios se encontraban en un beso suave y apasionado, Dulce supo que estaba exactamente donde quería estar.

Pasaron el resto del día explorando la casa, descubriendo cada rincón de su nuevo hogar. Christopher le mostró la cocina, una amplia habitación con ventanales que daban al jardín trasero, donde ya imaginaba que pasarían las mañanas preparando juntos el desayuno. Le enseñó la habitación principal, una espaciosa estancia con una cama grande y cómoda, desde donde se podía ver el atardecer.

—Este es el lugar perfecto para nosotros, Dulce —le dijo Christopher mientras la abrazaba por la espalda, mirando juntos por la ventana—. Aquí podemos ser quienes realmente somos, sin tener que escondernos de nada ni de nadie.

—Tienes razón, Chris... —susurró ella, recostándose contra él—. Este es nuestro nuevo comienzo, y no quiero que nada lo arruine.

Christopher le dio un suave beso en el cuello y la giró para mirarla a los ojos.

—Nada lo va a arruinar, preciosa. Te prometo que haremos de este lugar nuestro paraíso.

Dulce lo miró intensamente antes de que él la levantara en brazos, haciéndola reír por la sorpresa. La llevó hasta la cama, donde se tumbaron juntos, rodeados de la tranquilidad de la villa.

—Te amo, Chris —susurró Dulce mientras acariciaba su rostro—. Eres todo lo que siempre soñé.

—Y yo te amo a ti, mi pelirroja —respondió él, inclinándose para besarla con pasión—. Esto es solo el comienzo de todo lo que vamos a vivir juntos.

Esa noche, después de pasar horas en la cama entre besos, caricias y risas, Christopher y Dulce se vistieron y salieron a cenar a un pequeño restaurante local. La atmósfera era acogedora, con velas en las mesas y el suave murmullo de los clientes disfrutando de la comida. Todo parecía perfecto, y Dulce no podía evitar sentir que finalmente estaba viviendo la vida que siempre había deseado.

—A veces todavía no puedo creerlo, Chris... —dijo Dulce mientras compartían una copa de vino—. No puedo creer que estemos aquí, juntos, sin tener que escondernos.

Christopher sonrió, tomando su mano sobre la mesa.

—Tienes que creerlo, Dulce. Nos merecemos esta felicidad. Ahora estamos libres.

Dulce asintió, sabiendo que tenía razón. Aunque aún había decisiones difíciles por tomar, ahora todo parecía más claro. Estaban lejos de las complicaciones que habían dejado atrás, y podían empezar a construir una vida juntos.

Después de la cena, caminaron por las calles del pueblo, con el aire fresco de la noche acariciando sus rostros. Se detuvieron en una pequeña plaza, donde Christopher la abrazó y la miró con adoración.

—Te amo tanto, Dulce —le dijo—. Gracias por darme esta oportunidad, por confiar en mí.

—Gracias a ti por siempre estar a mi lado, Chris. —Dulce lo miró a los ojos y sonrió—. Eres mi hogar, donde sea que estemos.

Y en ese momento, bajo el cielo estrellado de Italia, ambos supieron que, por fin, estaban donde siempre habían querido estar.

" La Máscara del Deseo " Donde viven las historias. Descúbrelo ahora