Capítulo 14: Sombras en Alemania

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El avión aterrizó suavemente en suelo alemán. Dulce miró por la ventana, impresionada por el nuevo paisaje que se extendía ante ella. Los vastos campos verdes y las montañas distantes parecían pintados a mano, y el aire fresco que entraba por la ventanilla la llenaba de una sensación de liberación. Christopher, sentado a su lado, le apretó la mano con ternura.

—Bienvenida a nuestra luna de miel, preciosa —dijo con una sonrisa que iluminaba su rostro.

Dulce sonrió ampliamente, sintiendo una mezcla de emoción y alivio. Todo lo que habían pasado parecía lejano, como si la distancia entre Alemania e Italia los protegiera de cualquier sombra del pasado. No más esconderse, no más temores.

—Es hermoso, Chris. No puedo creer que estemos aquí —respondió, girando su cabeza para mirarlo.

—Te prometí una luna de miel inolvidable, y apenas estamos comenzando. Prepárate —le susurró al oído antes de besarla suavemente.

Bajaron del avión tomados de la mano, como si fueran la única pareja en el mundo. Caminaban por el aeropuerto con la tranquilidad de quienes han dejado todo atrás. El bullicio a su alrededor pasaba desapercibido para ellos.

Horas más tarde, ya instalados en un lujoso hotel con vistas a los Alpes, Dulce se movía por la suite, desempacando sus pertenencias con una sonrisa en el rostro. Los rayos del sol iluminaban la habitación, creando un ambiente cálido y acogedor.

—No puedo creer que nos casamos... y que ahora estamos aquí, sin ninguna preocupación —comentó Dulce mientras colgaba un vestido de seda en el armario.

—Es porque finalmente estamos viviendo lo que merecemos. Nadie nos va a encontrar aquí, nadie podrá arruinar esto —dijo Christopher, acercándose a ella y abrazándola por detrás—. Eres mi pelirroja, solo mía.

Dulce rió, girándose hacia él para besarlo. Sus labios se encontraron en un beso apasionado, lleno de la felicidad que ambos sentían.

—Siempre tuya, Chris —susurró Dulce, su mirada llena de amor y confianza.

Más tarde, decidieron explorar el pueblo cercano. Caminaron por las calles empedradas, disfrutando de la arquitectura pintoresca y los pequeños cafés que adornaban la zona. Cada rincón parecía sacado de un cuento de hadas, y Dulce no podía dejar de sonreír.

—Este lugar es perfecto —dijo Dulce mientras se detendían frente a una pastelería local. El aroma de pan recién horneado y dulces frescos llenaba el aire.

—Esperemos que la sorpresa que tengo para mañana te guste tanto como este lugar —respondió Christopher con un guiño.

Esa noche, cenaron en un restaurante pequeño y elegante, apartado del bullicio turístico. Las luces tenues y las velas en la mesa creaban un ambiente íntimo y romántico. La comida estaba deliciosa, pero lo que más disfrutaban era la compañía mutua.

—¿Te gusta? —preguntó Christopher, observando el brillo en los ojos de Dulce mientras probaba el postre.

—Me encanta. Todo esto parece un sueño. —Dulce se inclinó hacia él y lo besó, ignorando a los pocos comensales a su alrededor.

—Este es solo el comienzo —respondió Christopher, sonriendo—. Te tengo preparada una sorpresa para mañana.

—¿Otra más? —preguntó ella, intrigada.

—Ya verás. —Christopher le guiñó un ojo.

Después de la cena, pasearon por las calles iluminadas del pueblo, disfrutando del fresco aire nocturno. Llegaron a una pequeña plaza, donde se sentaron en un banco para admirar el cielo estrellado. Dulce se acurrucó en el abrazo de Christopher, sintiendo que finalmente podían relajarse y disfrutar sin miedo.

—Este lugar es tan tranquilo —dijo Dulce—. A veces me olvido de todo lo que dejamos atrás.

—Yo también. Pero estamos aquí, juntos, y eso es lo que importa —respondió Christopher, abrazándola con más fuerza.

Sin embargo, a pesar de toda la felicidad que compartían, una sombra de inquietud empezaba a crecer en Dulce. Sabía que no podía huir para siempre, que tarde o temprano Alejandro descubriría su paradero. La idea la atormentaba, pero decidió no decir nada. Estaba decidida a disfrutar cada segundo con Christopher.

Cuando volvieron al hotel, Dulce se tumbó en la cama, cansada pero feliz. Christopher se acercó y, sin decir una palabra, la tomó en sus brazos. La habitación estaba en penumbra, y el silencio solo era interrumpido por el suave sonido de la lluvia que caía afuera.

—Eres lo mejor que me ha pasado, Chris —murmuró Dulce mientras se acurrucaba contra su pecho.

—Y tú eres todo para mí. No dejaré que nada ni nadie te aleje de mí —respondió Christopher, acariciando su cabello con ternura.

Se quedaron así, abrazados en la cama, disfrutando de la tranquilidad que les ofrecía ese nuevo comienzo. Sus preocupaciones se desvanecieron cuando Christopher la besó de nuevo, y el mundo exterior desapareció. Era como si estuvieran en una burbuja de felicidad, ajenos a todo lo que pudiera perturbar su paz.

Mientras tanto, en Italia, el investigador contratado por Alejandro repasaba sus notas. Estaba sentado en su oficina, revisando los últimos rastros que había seguido de Dulce. Sabía que estaba cerca, pero algo no cuadraba.

—Dulce María Espinoza... tan cerca, pero aún fuera de mi alcance —murmuró para sí mismo.

Su teléfono sonó. Era Alejandro.

—¿Qué tienes para mí? —preguntó Alejandro sin preámbulos.

—Tengo buenas y malas noticias, señor. He confirmado que su esposa estuvo en Italia. Sin embargo, hace poco se movió. Pero no se preocupe, en unos días tendré toda la información sobre su paradero exacto.

Alejandro apretó los dientes. Sabía que Dulce estaba huyendo, pero no tenía idea de hasta qué punto.

—No me falles. Quiero saber dónde está y con quién —ordenó antes de colgar.

El investigador suspiró, volviendo a enfocarse en los últimos datos. Estaba cerca, solo le faltaban unos pocos detalles para armar el rompecabezas.

De vuelta en Alemania, la luna brillaba en el cielo mientras Dulce y Christopher se perdían en el abrazo del otro, disfrutando de cada momento juntos. El futuro aún estaba lleno de incertidumbres, pero por ahora, estaban dispuestos a enfrentarlo juntos, con amor y valentía.

" La Máscara del Deseo " Donde viven las historias. Descúbrelo ahora