al día siguiente Charles y Max cuando despertaron se despidieron de Lance y cada quien regreso a su casa, pues Max iría con Mick a la práctica 3 y la clasificación, estaba súper emocionado
Los Leclerc despertaron con la luz del sol filtrándose por las ventanas, marcando el inicio de un día que prometía ser especial. Después de un desayuno ligero, los tres hermanos y su padrino, Jules, se pusieron en marcha para explorar las calles de Mónaco. Había algo mágico en el ambiente; la cercanía del Gran Premio le daba un aire vibrante a la ciudad, llenándola de energía y emoción.
Las calles estaban llenas de fanáticos de todo el mundo, cada uno luciendo con orgullo los colores de sus escuderías favoritas. Las gorras y camisetas con los logotipos de Ferrari, Mercedes y otras marcas icónicas se mezclaban con los colores brillantes de las banderas ondeando al viento. Los restaurantes y cafés estaban abarrotados, y las terrazas ofrecían una vista perfecta para observar el bullicio de la ciudad.
A medida que caminaban, Jules les señalaba lugares emblemáticos y compartía anécdotas de su tiempo como piloto de pruebas, haciendo reír a los hermanos con sus historias. A pesar de la multitud, la presencia de Jules hacía que todo pareciera más relajado y divertido, como si no hubiera un solo lugar en el mundo donde los hermanos preferirían estar en ese momento.
Después de recorrer el centro, decidieron dar un paseo en yate por el mar, una de las actividades favoritas de Jules y una manera perfecta de disfrutar de la vista panorámica de Mónaco. El yate deslizándose suavemente sobre las aguas azules, el sonido de las olas rompiendo contra el casco, y la brisa marina refrescando sus rostros hacían que todo pareciera sacado de un sueño.
Desde el yate, podían ver el puerto repleto de embarcaciones lujosas y más allá, las colinas de Mónaco con sus edificios majestuosos. Al fondo, las gradas del circuito ya estaban en proceso de montaje, listas para recibir a miles de fanáticos durante el fin de semana de carreras. A lo lejos, algunos pilotos famosos paseaban por el puerto, saludando a los fans y posando para fotos.
Arthur se apoyó en la barandilla del yate, observando a los fanáticos con emoción.
— Es increíble ver a tanta gente reunida para esto. Nunca me canso de la emoción del Gran Premio — comentó Arthur, su rostro iluminado por una sonrisa.
— Es uno de esos eventos que te hacen sentir orgulloso de ser monegasco — agregó Charles, quien siempre había sentido una conexión especial con su país natal y su famoso circuito.
Lorenzo asintió, mirando a sus hermanos con cariño. Aunque él no compartía la misma pasión por las carreras, disfrutaba el ambiente y, sobre todo, el tiempo que pasaban juntos.
— Y lo mejor es que estamos aquí, juntos. Eso es lo que realmente importa — dijo Lorenzo, colocando una mano en el hombro de Arthur.