La celda era un lugar sombrío, con paredes grises y frías que parecían absorber la luz que entraba por la pequeña ventana enrejada. Aunque la luz del día apenas iluminaba su espacio, en el interior, Esteban y Pierre habían creado una burbuja de intimidad que los aislaba del resto del mundo. La celda, aunque austera, era su refugio, un lugar donde podían ser ellos mismos, lejos de los juicios y las miradas de otros prisioneros.Acostados en la cama, cubiertos solo con una delgada sábana, el aire era pesado con un silencio que a veces se tornaba incómodo. Esteban se recostó de lado, mirando a Pierre, quien estaba apoyado en la pared, sus brazos detrás de la cabeza. Los dos eran conscientes de la situación que los había llevado a este lugar, pero en esos momentos, lo que realmente importaba era la conexión que habían formado.
— ¿Qué crees que estarán haciendo los demás? — preguntó Esteban, rompiendo el silencio.
Pierre giró la cabeza para mirarlo, una sonrisa melancólica cruzando su rostro. — Probablemente están intentando sobrevivir, igual que nosotros — Sus ojos reflejaban una mezcla de resignación y complicidad. — Aunque, no tengo dudas de que tú te verías genial en cualquier lugar, incluso aquí —
Esteban se sonrojó, pero rápidamente cambió de tema. — No puedo dejar de pensar en la vida fuera de estas paredes —
—Es normal sentirse así, Esteban. A todos nos afecta, pero tenemos que encontrar formas de sobrellevarlo. — Pierre se movió un poco más cerca, su voz suave y reconfortante. — Al menos estamos juntos en esto —
Las palabras de Pierre resonaban en el corazón de Esteban. La conexión entre ellos había florecido en medio de la adversidad, y a pesar de las circunstancias, ambos sentían que había algo especial en lo que compartían. Habían pasado de ser compañeros a convertirse en amantes, y aunque su relación había comenzado de forma complicada, ahora era un refugio que los mantenía a flote.
A medida que pasaban los días, la rutina se estableció. Las mañanas eran monótonas, con los guardias recorriendo el pasillo y los prisioneros moviéndose en hileras. Pero al final del día, siempre regresaban a su celda, donde podían dejar de lado el peso de la realidad y centrarse el uno en el otro.
— A veces me pregunto qué harías si fueras libre de nuevo — dijo Esteban una noche, mientras se acomodaban en la cama.
Pierre se quedó en silencio por un momento, pensando. —Supongo que trataría de encontrar una forma de arreglar las cosas, de corregir los errores. — Suspiró. — Pero también pasaría tiempo contigo, por supuesto —
Esteban sonrió, sintiendo que esas palabras llenaban un vacío en su corazón. — Siempre he querido saber cómo sería vivir en París, explorar sus calles y disfrutar de la vida —
— Te llevaría a los mejores lugares — prometió Pierre, su mirada llena de sinceridad. — Café en Montmartre, paseos por el Sena... —
Mientras hablaban de sueños y aspiraciones, el tiempo parecía detenerse. Sin embargo, la realidad siempre volvía a asomarse. La tensión de su situación se sentía en el aire, y a veces, la angustia se apoderaba de Esteban. Las noches eran más difíciles; el silencio podía ser ensordecedor, y el eco de los pasos de los guardias resonaba en sus mentes